¿Qué es el estrés?

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e1stresA veces nos encontramos con palabras que empleamos en diferentes sentidos y tan frecuentemente que acabamos abusando de ellas y generando más ambigüedad y falta de definición que claridad y precisión. Una de estas palabras es la de estrés. La usan los psicólogos, los médicos, los psiquiatras, los sociólogos y la gente en general, tanto en las conversaciones cotidianas como en la radio y la televisión, y rara vez coinciden en el sentido exacto de su uso. Incluso en la literatura científica disponible podemos ver que los propios investigadores pueden hacer también usos diferentes del término. Ya lo advirtió hace décadas Hans Selye, uno de los autores que más ha contribuido al conocimiento del estrés, al recordarnos que el estrés significa cosas distintas para diferentes personas. Para el hombre de negocios puede ser frustración o tensión emocional, para el controlador aéreo es un problema de concentración, para el bioquímico y endocrinólogo es un fenómeno químico y para el atleta es una tensión muscular. El estrés puede ser visto como esfuerzo, fatiga, dolor, miedo, necesidad de concentración, humillación, pérdida de sangre o incluso un suceso inesperado que conduce a una revisión de la propia vida. Esta diversidad ha contribuido a crear una notable confusión y heterogeneidad que dificulta la elaboración de una explicación comprensiva del fenómeno. 

El término estrés ya era empleado a partir del siglo XIV para referirse a experiencias negativas, tales como adversidades, dificultades, sufrimiento, aflicción, etc, siendo en el siglo XVII, por influencia del prestigioso biólogo y físico R. Hooke, cuando el concepto se asocia a fenómenos físicos como presión, fuerza y distorsión, aplicándolo a estructuras fabricadas por el ser humano que tienen que aguantar el efecto de diversas fuerzas, como los puentes. A partir de entonces, los físicos e ingenieros empezaron a usar tres conceptos basados en las características de los cuerpos sólidos, denominados carga (load), distorsión (strain) y estrés (stress). En resumen, desde un punto de vista físico, el estrés se concebía como una fuerza interna generada dentro de un cuerpo por la acción de otra fuerza externa (load) que tiende a distorsionar o deformar dicho cuerpo (strain). Estos tres conceptos fueron luego adoptados por la fisiología, psicología y sociología e influyeron en el desarrollo de las teorías sobre el estrés. La carga derivó a estresor, el estímulo inductor de estrés. Los términos estrés y strain, en cambio, se confundieron y subsumieron en el primero para denotar un estado del organismo (estado de estrés), aunque a veces se pueden encontrar diferenciados, reservando el término estrés para el estresor y el de strain para la respuesta individual específica al mismo. 

A partir de este marco de referencia general, el concepto de estrés va a aplicarse de forma diferente según la orientación del científico. Los enfoques fisiológicos y bioquímicos suelen considerar el estrés en términos de respuestas, como la importante teoría del estrés de Selye, que lo concibe como una respuesta inespecífica de reajuste del organismo a las demandas hechas sobre él, mediante la activación del sistema nervioso autónomo. La teoría recoge algunas ideas de Cannon sobre la homeostasis y, en resumen, el estrés es visto como una respuesta fisiológica que involucra la actividad del sistema nervioso simpático y que se pone en marcha ante la presencia de ciertos agentes que incrementan la demanda del organismo, alterando el equilibrio u homeostasis del mismo, hasta compensar los cambios y restablecer el equilibrio. La idea de estrés como desequilibrio pronto se trasladaría también a otros campos, y así también se habla de estrés oxidativo, relativo al equilibrio redox intracelular, o de estrés vegetal, relativo a la alteración de la respuesta bioquímica y fisiológica de los vegetales ante cambios producidos en factores ambientales a los que son expuestos, y el cual ha sido objeto de una de las charlas sobre ciencia y medio ambiente que Hablando de Ciencia desarrolló en Granada en octubre del año pasado. Volviendo al fisiológico y psicológico, el desquilibrio ocurriría en tres etapas sucesivas que Selye engloba bajo el nombre de Síndrome General de Adaptación (SGA):

1) Reacción de alarma. En primer lugar, la reacción de alarma es la reacción del organismo cuando es expuesto repentinamente a estímulos a los que no está adaptado, con activación sucesiva de los ejes neural y neuroendocrino y liberación final de grandes cantidades de adrenalina y noradrenalina en la sangre por parte de la médula suprarrenal. Digamos que el cuerpo se prepara para responder, incrementando la frecuencia cardíaca, la tensión arterial y muscular, etc, y es una reacción fisiológica normal y adaptativa que nos prepara para ejecutar la respuesta adecuada ante la estimulación recibida. Lo habitual es que esto dure unos instantes, el estímulo cese y todo vuelva a la normalidad enseguida, quedando todo en un simple «susto». Por ejemplo, un ruido muy fuerte inesperado que nos asusta, como el claxon de un vehículo que nos sorprende cruzando desprevenidos la carretera. 

2) Etapa de resistencia. Si el agente estresor se mantiene actuando más tiempo, es necesario que el organismo se adapte mediante la etapa de resistencia, ya que no es posible mantener el intenso estado de activación inicial durante mucho tiempo.  La activación del eje endocrino, sobre todo el hipotálamo-hipofisario-suprarrenal (HHA), conduce a la liberación de glucocorticoides, de los que el más famoso quizá sea el cortisol, la popular «hormona del estrés», entre otros cambios que compensan la respuesta inicial y permiten una cierta adaptación temporal al estresor. El cortisol contribuye a mantener constante el nivel de glucosa sanguínea para nutrir los músculos, el corazón y el cerebro. Digamos que, si la adrenalina pone al organismo en alerta e incrementa su activación, el cortisol asegura la renovación de las reservas energéticas. Es una fase de resistencia, el organismo debe «aguantar». Cuando la situación estresante cesa, el organismo puede recuperarse sin problema.

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3) Fase de agotamiento. El verdadero problema viene cuando la situación estresante no cesa, sino que dura demasiado, cronificándose o repitiéndose regularmente en el tiempo. El estado alcanzado en la etapa anterior no puede mantenerse eternamente porque es una etapa de resistencia, que no de equilibrio. La activación demasiado prolongada en el tiempo del eje endocrino acaba conduciendo a una pérdida de sensibilidad de los órganos a la acción de las hormonas y a una acumulación excesiva de éstas en la sangre que acaba resultando perjudicial, comprometiendo la capacidad de resistencia del organismo. Aquí es donde pueden ocurrir enfermedades asociadas al estrés, por los efectos dañinos a largo plazo del cortisol o por la descarga nerviosa continua, como debilidad muscular, fatiga, dolores de cabeza, migraña, hiperten­sión, insomnio, depresión, susceptibilidad a infeccio­nes oportunistas, enfermedad cardiovascular, obesidad, problemas digestivos o gastrointestinales, desórdenes menstruales, desórdenes de alimentación, problemas de concentración y memoria, disfunción sexual y otras.

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El estrés, por tanto, no es algo positivo ni negativo en sí mismo, sino que inicialmente solo es un proceso natural del organismo para adaptarse al medio, lo cual implica dar respuesta a los cambios y exigencias del mismo. Se activa cuando se percibe algún cambio en las condiciones ambientales y su función es la de preparar al organismo para dar una respuesta adecuada a tales cambios. Es cuando esta activación persiste en el tiempo, cuando se produce un «síndrome de estrés» que sí puede ser perjudicial para el organismo. Cuando se afirma que un individuo sufre de estrés, lo que se quiere decir en realidad es que dicho estrés es excesivo. Por tanto, algo de estrés siempre va a haber. De hecho, el propio Selye considera que una pequeña cantidad de estrés es saludable y es la base por la que se diferencia entre eutrés y distrés como dos clases de estrés. El eutrés es el «estrés bueno», esa pequeña cantidad óptima y saludable para tratar de obtener buenos resultados y adaptarnos a los cambios. El distrés es el «estrés malo» o patológico que resulta excesivo, acumulable y dañino para el organismo.

También conviene señalar que el estrés es un proceso íntimamente relacionado con las emociones, y aunque no es en sí mismo una emoción, pues carece de tono afectivo, sí puede desencadenarla. Ante una situación ambigua, desbordante, amenazante o dañina, se activa el proceso de estrés, pero también se movilizan recursos psicológicos adicionales para decidir si se trata de una «falsa alarma» o una situación ante la que hay que responder de manera eficaz, e incluso anticiparse a los acontecimientos, para lo cual resulta útil movilizar anticipadamente emociones. De hecho, el proceso de estrés también activa emociones que anticipan condiciones que requieren de una actuación adaptativa, como es el caso de la ansiedad, la hostilidad, etc, y en general las emociones anticipativas con las que mantiene una estrecha simbiosis. 

Uno de los principales efectos del estrés es prevenir las consecuencias emocionales negativas, atenuando los recuerdos conscientes, pero manteniendo su registro para futuras condiciones. Para ello, en la respuesta hormonal del estrés, el cortisol tiene tendencia a inhibir el hipocampo y a excitar la amígdala, de forma que ésta se ve facilitada para formar recuerdos emocionales no conscientes, mientras que el hipocampo, al estar inhibido, se verá impedido en la formación de recuerdos conscientes de esos mismos acontecimientos. Esto es útil porque permite recordar cómo actuar en una situación dada sin tener que recordar conscientemente los detalles concretos de cada episodio vivido en experiencias similares, otorgando mayor agilidad de respuesta. 

Las orientaciones psicológicas y psicosociales del estrés, por su parte, tienden a poner más énfasis en el estímulo en lugar de la respuesta, centrándose más en clasificar y describir las características de los diferentes estresores o situaciones potencialmente estresantes, que son estresores ambientales y comprenden tanto estímulos ambientales dañinos como factores psicosociales, tales como la frustración, la presión, el aislamiento o confinamiento, la percepción de amenazas o alteraciones fisiológicas como resultado de enfermedades u otras condiciones. La orientación basada en el estímulo es la que más se parece a la idea popular del estrés, donde suelen cobrar mayor relevancia los hechos, situaciones o acontecimientos a los que las personas tienden a atribuir la causa de su malestar.

Entre los enfoques centrados en la respuesta y el estímulo, están las más recientes y prometedoras teorías interaccionistas o transaccionales del estrés, que vienen a conectar ambas dimensiones del fenómeno introduciendo factores psicológicos de carácter cognitivo que median entre los estímulos o estresores y las respuestas fisiológicas y conductuales. La teoría principal y máximo exponente de esta perspectiva es la de Lazarus, cuya idea central se focaliza sobre el concepto cognitivo de evaluación o valoración (appraisal), que es entendido como un proceso mediante el cual las personas valoran constantemente la significación de lo que está sucediendo en relación con su bienestar personal. El estrés es entendido aquí como un conjunto de relaciones particulares entre la persona y la situación, de manera que ésta es valorada por la persona como algo que grava o excede sus propios recursos y que pone en peligro su bienestar personal, lo cual determina el tipo de afrontamiento que se llevará a cabo. 

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Esto es interesante porque parece sugerirnos que no es tanto lo que nos sucede lo que nos puede estresar, como más bien lo que pensamos acerca de lo que nos sucede, la manera en que valoramos o interpretamos esa situación como buena o mala, beneficiosa o perjudicial. Algo que en cierta manera ya intuyó, por ejemplo, el gran Shakespeare, cuando escribió Hamlet

No existe nada bueno ni malo, es el pensamiento el que lo hace aparecer así

(«There is nothing either good or bad, but thinking makes it so», Acto 2, Escena 2). 

Roberto Prada

REFERENCIAS Y ENLACES
 
Blasina S. de Camargo (2004). Estrés, Síndrome General de Adaptación o Reacción General de Alarma. Revista Médico Científica, 17 (2): 78-86. Disponible aquí
 
Campos Roldán, M. (2007). La relación psiconeural en el estrés o de las neuronas a la cognición social: una revisión empírica. Revista IIPSI, 10 (1): 125-143. Disponible aquí
 
Duval, F., González, F. & Rabia, H. (2010). Neurobiología del estrés. Revista chilena de neuropsiquiatría, 48 (4): 307-318. Disponible aquí.
 
Sandín, B. (2008). El estrés. En A. Belloch, Manual de Psicopatología vol 2 (pp. 4-10). McGraw-Hill.
3 Comentarios
  • Bitacoras.com
    Publicado el 13:34h, 24 febrero Responder

    Información Bitacoras.com
    Valora en Bitacoras.com: A veces nos encontramos con palabras que empleamos en diferentes sentidos y tan frecuentemente que acabamos abusando de ellas y generando más ambigüedad y falta de definición que claridad y precisión. Una de estas palabra…

  • Alfonso
    Publicado el 16:06h, 03 marzo Responder

    Hola. Solo quería deciros que sois de lo mejor que he leído sobre este tipo de páginas de divulgación. Escribís con precisión técnica, pero además de forma que personas como yo lo entendamos, y directos al grano. No sé, es bastante interesante y completo. La Jot Down de la ciencia. Seguid así.

  • Andrea J
    Publicado el 05:22h, 20 agosto Responder

    Este artículo es muy interesante e incluso tomé de ejemplo este texto de divulgación científica para realizar otro sobre el autismo

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