El poeta de la Ciencia y su obra. Parte 1.

Desde que el ser humano tuvo uso de razón, el tratar de contestar las preguntas fundamentales ha sido un motor para su desarrollo intelectual como tecnológico. Una de esas preguntas, sino la más importante, se relaciona con la esencia de la materia. En palabras simples: ¿De qué están hechos los objetos, las plantas, los animales…? La respuesta a esta pregunta ha generado un sinfín de argumentos, muchos de ellos plausibles y otros incluso ridículos, que no han estado libres de especulaciones y acalorados debates.

Muchas culturas han atribuido un significado mitológico e incluso religioso a esta importante pregunta. Sin embargo, me tomo la libertad de enunciar a los griegos como los primeros en tratar de razonar efectivamente la respuesta. Inicialmente está Tales de Mileto, quien consideraba que la materia estaba constituida por agua, una idea bastante inteligente sabiendo que los tres estados del agua podrían homologarse a la materia sólida, líquida o gaseosa. Algunos años después este concepto se amplió hacia cuatro elementos constituyentes de la materia: agua, tierra, aire y fuego, un gran error tal y como lo sabemos ahora. El protagonista de nuestra historia, todo un «poeta de la ciencia», es quien en definitiva entendió el comportamiento de los elementos y plasmó así su fantástica obra. Su nombre es: Dimitri Ivánovich Mendeléiev.

Iniciaremos este relato con un breve recorrido por la Rusia zarista; época en la cual vivió y actuó el personaje de mayor relevancia en el proceso de dar cabida a cada elemento químico, en lo que actualmente se conoce como la tabla periódica. Durante la vida de Mendeléiev gobernaron Rusia, los zares Nicolás I, Alejandro II, Alejandro III y Nicolás II, todos en sucesión directa del trono y pertenecientes a la dinastía Romanov. Durante aquellos días Rusia pasaba por la guerra de Crimea cuyo fin era obtener terrenos estratégicos en la península de los Balcanes. Este suceso enfrento a rusos contra la coalición formada por Gran Bretaña, Francia, el reino de Cerdeña y el Imperio Otomano. En el año de 1856 Alejandro II puso fin a las hostilidades mediante la firma del tratado de Paris. Alejandro II es recordado por ser el primero en estudiar la necesidad de una reforma para el estado. Durante su manejo de la nación rusa abolió la servidumbre en todo territorio de su jurisdicción y prohibió el castigo corporal, dando inicio a algunas reformas liberales que fueron eliminadas por su hijo Alejandro III. Como respuesta al asesinato de su padre, Alejandro III restauró muchas de las medidas propias del absolutismo instauradas durante el reinado de Nicolás I, y reprimió duramente toda agitación revolucionaria. Nicolás II por su parte, fue el último zar de Rusia y se consagró como uno de los más importantes estadistas europeos del periodo previo a la primera Guerra Mundial, a pesar de que carecía del talento necesario para dirigir el estado. Finalmente fue derrocado en 1917 tras el triunfo de la Revolución Rusa encabezada por los Bolcheviques. En este punto de la historia es importante destacar que, durante la dominación de los zares, se creó un centro de exilio para aquellos políticos que el gobierno consideraba “aptos para la deportación”, y que como es de conocimiento público se ubicó en las muy, pero muy frías, tierras de Siberia.

Dimitri Mendeléiev nació en el año de 1834, en Tobolsk, precisamente una helada provincia de la nombrada Siberia. Fue el último de 17 hermanos concebidos por el matrimonio conformado por un director de escuela y una mujer de típica belleza tártara descendiente de los pioneros rusos que, desafiando las terribles condiciones del lugar, habían logrado erigir una pequeña comunidad. De los abuelos de Mendeléiev se sabe que ayudaron al crecimiento del pequeño centro urbano mediante la creación de una de las primeras tipografías y la fundación del primer diario de la región. Además, los antecesores de la madre de Mendeléiev fueron los iniciadores de la primera industria del vidrio que existió en esas heladas regiones. Pues bien, es especialmente la madre de Mendeléiev, María Kornileva, quien con su aplomo y valentía pudo sacar adelante a su familia, después que su esposo quedara ciego, debera abandonar su trabajo y pocos años después, en 1847, perdiera la vida. Gracias a ella se reabrió la pequeña industria del vidrio que había sido abandonada algún tiempo atrás y pudo abastecer de lo necesario a su familia. Todo esto antes que la fábrica se incendie con lo cual la familia se encontró nuevamente en aprietos. Este fue un momento determinante, pues María tuvo que tomar la decisión que cambiaría definitivamente su vida y la de sus hijos más pequeños. Se preguntó si usar los ahorros de la familia, que ella muy cuidadosa y meticulosamente había acumulado, en abrir nuevamente la fábrica o usarlos para entregar mejores oportunidades de vida a sus dos hijos menores. No fue una situación fácil, finalmente decantó por lo segundo; en mi opinión, fue la más acertada de las decisiones.

Hasta ese momento el pequeño Mendeléiev había conocido a uno de los primeros prisioneros políticos que viajaron sin retorno a Siberia por el hecho de “molestar” al zar de turno en el poder. Fue este prisionero quien transformo el cerebro del pequeño muchacho hacia el gusto por la ciencia. Dimitri aprendió las bases de la física y sembró la semilla que luego germinaría como su predilección por la química. Las cosas transcurrían bastante bien, con Mendeléiev leyendo y aprendiendo todo lo que podía, hasta que Tobolsk por completo ya no era suficiente para satisfacer su intelecto.  En aquel momento su madre postuló: “En la actualidad podemos vivir sin Platón, pero se necesita un número dos veces mayor de Newtons para descubrir los secretos de la naturaleza, y acercar la vida en armonía con las leyes de la naturaleza”. De esta manera su madre, consiente de las capacidades intelectuales de su último hijo, decidió viajar, prácticamente con lo puesto, la enorme distancia de 2200 km hacia Moscú, en donde por una jugada del destino, y por ser siberiano, Mendeléiev no fue aceptado en la universidad. Sin embargo, el temple sin igual de esta maravillosa mujer hizo que ahora tomaran rumbo hacia San Petersburgo – la antigua Petrogrado denominada luego Leningrado en honor obviamente a Lenin – en donde, y gracias a un amigo de su extinto padre, el Instituto Pedagógico Central de San Petersburgo aceptó a quien luego sería el inventor de “la casa de los elementos”. Sin embargo, debido al esfuerzo, los últimos recursos y las fuerzas de María se agotaron rápidamente; como resultado falleció en 1850 debido a una terrible tuberculosis. Con el corazón en pedazos, Medeléiev prosiguió con sus estudios acopiando un esfuerzo extraordinario, y no sin dificultad, pues incluso debió repetir un curso. No obstante, su empeño le permitió obtener notas de excelencia. Allí tuvo la suerte de tener como profesor a Alexander Voskresenski, un discípulo del gran químico alemán Justus von Liebig – uno de los pioneros de la química orgánica –. A partir de este momento el tratar de explicar las fuerzas de unión y de reacción entre sustancias fueron conceptos que apasionaron a Dimitri, y lo impulsaron hacia el estudio definitivo de la química.

Vista de Tobolsk en 2019

En 1852 la suerte nuevamente le juega la misma carta. Su hermana muere de idéntica enfermedad que su madre, y también él empieza a sentirse algo enfermo, pues tuvo diagnóstico de tuberculosis debido a eventos severos de vómitos con presencia de sangre. Debe dejar el instituto durante algún tiempo; no obstante, siguió adelante gracias a la ayuda de sus profesores y compañeros que lo visitaban, llevaban apuntes de clase y explicaban las tareas. Contra viento y marea, en 1855, Dimitri se gradúa con honores, siendo el primero de su clase y publicando un magnífico trabajo acerca del isomorfismo –una propiedad de ciertas sustancias que a pesar de tener diferente composición química, cristalizan con idéntica forma, como los sulfatos de hierro, zinc o magnesio, por ejemplo–. Lastimosamente su enfermedad empeoró y su médico le pronostica un máximo de dos años de vida, recomendando cambiar de clima y visitar un especialista. Así, Dimitri, con apenas 21 años, viaja hacia la península de Crimea y conoce al cirujano Nicolás Pirogov, médico de las tropas rusas en esas latitudes. Pirogov examina minuciosamente a Mendeleev y dictamina que tiene una enfermedad diferente –una afección menor en el corazón– que con los cuidados y precauciones adecuadas no significaba riesgo de muerte inmediata. Con esta buena nueva, y los años por delante, el ímpetu regresa a Dimitri, quien, desde ese instante se dedicó a trabajar y estudiar con todas sus fuerzas. De inmediato empezó a trabajar enseñando matemáticas, física y ciencias naturales, y al mismo tiempo estudió y preparó una tesis –acerca de los volúmenes específicos– para obtener su grado de maestría. Este trabajo le mereció especial importancia pues ayudó a definir los conceptos de peso atómico, peso equivalente y, sin saberlo aún, ejerció gran influencia en el descubrimiento de su ley periódica. Hacia finales de 1856 Dimitri postula para enseñar en la Universidad de San Petersburgo, de tal manera que a partir de enero del año siguiente se encuentra encargado del curso de química orgánica. De todas maneras, la situación económica no le era favorable por lo que tuvo que aceptar un puesto en su alma mater para enseñar química general. Como una contribución económica adicional también dio clases particulares, y colaboró escribiendo artículos para diferentes revistas de ciencias y pedagogía.

Como ya le había ocurrido en el pasado, ahora todo Rusia era insuficiente para sus ganas de aprender más y más. Solicitó un permiso en su Universidad y postuló a una beca “para perfeccionarse en ciencias”. Dimitri decidió ir hacia Alemania, específicamente a la ciudad de Heildelberg, porque allí trabajaban dos eminentes científicos: Kirchhoff y Bunsen. A pesar que finalmente no trabajó con ninguno de ellos, pues en ese momento estaban interesados en la determinación espectral de los elementos, logró avances importantes en estudios con líquidos y gases, y sobre todo hizo contactos con científicos de renombre, que unos años más tarde, en 1860, lo invitarían a la primera reunión mundial de químicos: el primer congreso internacional de química, hecho que definitivamente marcó el resto de su vida. El futuro de Mendeléiev se vislumbra brillante, pero nuevas sorpresas le depara el destino. En la próxima, y final, entrega de esta biografía podrás enterarte el por qué probablemente nunca hubiera realizado su magnífica obra, con lo cual el presente de la química hubiese sido muy diferente.

¡Aquí nos vemos!

Alexis Hidrobo P.

Estamos preparando la sexta edición de Desgranando Ciencia, si todo va según lo planeado, podréis disfrutarla en noviembre de 2019. Estad atentos de nuestra web y redes sociales (@HdCiencia y @Sci_Granada).


 
 
Para saber más:

  • Pascual Román Polo. El profeta del orden químico. NIVOLA libros y ediciones, S. L. España. 2002.
  • J. Bronowski. El ascenso del Hombre. Fondo Educativo Interamericano. S.A. Colombia. 1983.
  • Giancarlo Masini. Los arquitectos de la molécula. Círculo de Lectores. S.A. España. 1980.
  • José Luis de los Rios. Químicos y Química. Fondo de Cultura Económica. México. 2011.
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