La ciencia. Una frontera sin fin.
Vivimos en un mundo donde los productos tecnológicos juegan un rol muy importante, y estamos tan acostumbrados a ello que incluso le damos escasa importancia y parece que siempre ha sido así. No obstante, si nos remontamos a una fecha tan cercana como podrían ser los años 40 del siglo pasado, la vida común, sobre todo en las zonas rurales, se asemejaba mucho más a la que tenía lugar en el medievo que a la actual.
¿Por qué los cambios han sido tan fulgurantes en estas pocas décadas? Muchos son los factores, pero hay, en concreto, una persona, Vannevar Bush, que tiene mucho que ver con esto. Efectivamente, Bush fue un ingeniero y científico norteamericano, nacido a final del s. XIX, y que, siendo muy poco conocido por la gran población, con su visión de futuro ha jugado un papel mucho más trascendental en nuestras vidas de lo que podamos imaginar.
Bush estudió Ingeniería en la Universidad de Harvard y en el MIT, donde posteriormente ejerció la docencia, y también trabajó como ingeniero y científico en la industria, en particular en General Electric, donde construyó un analizador diferencial y la que se considera la primera computadora analógica, que ya podía resolver ecuaciones diferenciales, lo que le valió obtener la Medalla Edison. También como resultado de sus trabajos se inició la configuración de la Teoría de Circuitos Digitales, que uno de sus alumnos, Claude Shannon, completaría posteriormente. En el año 1932 fue nombrado Decano de la Facultad de Ingeniería del MIT, pasando después a presidir el Carnegie Institute. Posteriormente accedió al puesto de vicepresidente del National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), que fue el predecesor de la NASA, y que presidió poco después.
Eran los tiempos en que se preveía la II Guerra Mundial. Ya durante la anterior, Bush había observado la escasa cooperación entre científicos y militares, y estaba preocupado por la falta de coordinación entre la investigación científica y las necesidades de una previsible guerra. Por ello, desde su puesto en la NACA, Bush propuso la creación de una agencia dependiente del gobierno federal, el National Defense Research Committee (NDRC), mediante una memoria que pensaba dirigir al Congreso. No obstante, tras la invasión de Francia por los alemanes, la presentó directamente al presidente Roosevelt, que la aceptó de inmediato, nombrándolo su primer director.
El NDRC tuvo un importante papel en el desarrollo de productos aplicados a la defensa procedentes de la investigación científicas. Entre los primeros podemos citar un radar aerotransportado basado en la tecnología de microondas que resultó muy eficiente, y que además fue el pionero de los actuales populares hornos domésticos.
Bush, desde esa importante posición, jugó un papel crucial para persuadir al gobierno de los Estados Unidos que se llevara a efecto un programa científico tendente a obtener una bomba atómica. Roosevelt aprobó el proyecto, y puso a Bush entre los dirigentes de lo que posteriormente sería conocido como Proyecto Manhattan. Como director científico del mismo, a propuesta de Bush, fue seleccionado el físico Robert Oppenheimer.
Ambos estuvieron presentes en la detonación de prueba que tuvo lugar en Alamogordo, donde Bush se quitó el sombrero ante Oppenheimer, previendo que la guerra finalizaría ante un arma tan letal. Una guerra en la que él personalmente había conseguido poner la capacidad inventiva de los científicos norteamericanos al servicio de las necesidades de su país, si bien en los últimos tiempos su influencia había declinado al carecer con el nuevo presidente, Harry Truman, de la sintonía que tenía con el anterior.
Antes de finalizar el conflicto, Bush se embarcó en otro titánico proyecto que no lograría ver culminado, aunque sus efectos han cimentado el mundo en que vivimos. En efecto, aún durante 1945, Bush escribió un artículo clarividente, «As We May Think» en la revista Atlantic Monthly donde propuso su idea de una máquina que denominó Memex, diseñada para ayudar a clasificar la información de una manera indexada, y de forma que se pudiera recuperar en forma parecida a una navegación. Recordemos que estamos hablando de que no había finalizado la guerra más mortífera de la historia de la humanidad, y ya estaba proponiendo lo que más tarde daría lugar a los lenguajes de internet. Y así fue, pues aún cuando dicha máquina nunca llegó a ser construida, el artículo fue leído por uno de los pioneros de la red, Douglas Engelbart, que implementó algunos de sus aspectos, y también por Ted Nelson que acuñó los términos hipertexto e hipermedia, y por último, influyó en el propio Tim Berners Lee, el primer diseñador de la World Wide Web. Este artículo, que pueden marcar el inicio de la Red que actualmente conocemos, fue traducido al español con el nombre «Cómo podríamos pensar» y publicado en marzo de 2001, en el número 239 de la Revista de Occidente.
Pero aún tendría otra importante influencia en nuestro mundo moderno, pues había sido capaz de ver, durante el esfuerzo bélico, que el conocimiento de los científicos podía producir transformaciones en el entorno inmediato si se enfocaba en la forma adecuada. Con esta base escribió un informe que resultaría nuevamente crucial, y lo dirigió al presidente Truman, con el sugerente título «Science. The endless frontier«, traducido al español como «La Ciencia, una frontera sin fin«. En él proponía algo que revolucionaría a toda la sociedad, y es que, por parte del gobierno se financiara a los científicos para realizar sus trabajos sin exigir ninguna contrapartida, administrándose ellos según su leal saber y entender, en el convencimiento de que dichos trabajos proporcionarían bienes y servicios que mejorarían la calidad de vida de todos los ciudadanos. Un auténtico Pacto Social entre la comunidad científica y la Sociedad, representada por su gobierno. Dicho informe fue el germen de lo que sería la National Science Foundation, una organización gestionada por científicos, y financiada con fondos gubernamentales, que aprobaría la financiación de los proyectos de investigación de acuerdo a la metodología competitiva de la revisión por pares, hasta entonces reservada a la publicación de resultados científicos, pero que, entonces, era algo revolucionario aplicado a la financiación de los mismos.
A lo largo de las décadas transcurridas, este modelo se ha demostrado mucho más que eficaz, pues basta comprobar que la productividad científica (piénsese simplemente en la localización de los premios Nobel) se trasladó de un lado al otro del Atlántico entre el antes y el después de la guerra. No sólo eso, sino que la competitividad generada por la puesta a disposición de los científicos de esos fondos, sin más contrapartida que los resultados evaluados por colegas, ha sido uno de los motores que han producido el crecimiento exponencial de productos tecnológicos que hacen la vida más fácil para todos, y que ha confeccionado nuestro mundo moderno.
Desde entonces, todos los países han ido imitando este modelo, con diversas diferencias, pero siguiendo la idea en lo sustancial. Y en ese contexto, España se incorporó a esta actividad científica profesionalizada en una época relativamente tardía, que podemos fechar en el 14 de abril de 1986, con la promulgación de la Ley de la Ciencia, y la creación de la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (CICYT), la versión española de la idea de Bush, y cuya actuación logró incorporar a España al panorama científico global por primera vez en su historia.
Por todas sus contribuciones, Bush recibió cuantiosos honores antes de fallecer en 1974, no obstante, aparte de la deuda que tenemos con su obra por su contribución al mundo moderno, también debemos reconocer su enorme talla humana, pues cuando su amigo Oppenheimer fue perseguido durante la tristemente célebre «Caza de brujas» del senador McCarthy, y la comunidad científica callaba por miedo, no tuvo reparo alguno en testificar en su defensa ante el Comité de Actividades Antiamericanas, y en tomar, de nuevo, su afilada pluma para realizar una aguda crítica de los acusadores en el diario The New York Times.
Así pues, es justo reconocer las aportaciones a nuestro mundo de una persona que ha realizado tal cúmulo de actividades como Vannevar Bush. Quizá alguna, como su contribución a la puesta en marcha del Proyecto Manhattan sea difícil de clasificar si en el debe o en el haber, pero que del que no hay ninguna duda de que, sin su obra el mundo sería muy diferente.
NOTA. Este artículo ha sido publicado en el Blog de El País en conmemoración del Año de Turing.
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Bitacoras.com
Publicado el 12:24h, 21 septiembreInformación Bitacoras.com…
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Ununcuadio
Publicado el 11:05h, 22 septiembreSalvo porque pienso que la bomba atómica fue una gran equivocación, ha sido un placer leer un artículo tan bien documentado, y del que no tenía ni idea. Le debemos mucho a Bush, jejeje 🙂
Fernando Cuartero
Publicado el 11:33h, 22 septiembreGracias. La construcción inicial de la bomba se hizo pensando en contrarrestar el programa atómico nazi. Hasta Einstein, gran pacifista, firmó la carta que animó a Roosvelt a iniciar el programa. Si esto fue o no un error es más difícil de decidir, sobre todo sin estar en el contexto de aquellos años, con la mayor parte de Europa ocupada por los alemanes y la perspectiva de que desarrollasen armamento atómico.
Otra cosa es, ya derrotada Alemania, y Japón casi también, el lanzamiento de las dos bombas sobre la población civil de este país para acelerar el final. En ese uso, inicialmente no previsto, Oppenheimer estuvo en contra, lo que le valió la persecución posterior. Bush, entonces ya pintaba poco en esto y estaba en otras cosas, pero parece que tampoco estaba a favor.
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