Reseñas HdC: La falsa medida del hombre
Autor: Stephen Jay Gould
Edita: Editorial Crítica, 2017
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Número de páginas: 400
ISBN: 978-8416771714
SINOPSIS
Esta es una de las obras fundamentales del gran paleontólogo recientemente fallecido y uno de los alegatos científicos más devastadores de las teorías racistas. En sus páginas, Gould estudia los diversos intentos realizados a lo largo del tiempo para medir la inteligencia humana: primero a través de los cráneos y del tamaño del cerebro, más tarde por medio de los tests para averiguar el «coeficiente intelectual» y, finalmente, recurriendo a análisis sociológicos como los de «La curva de Bell», siempre con la intención de afirmar la naturaleza hereditaria de la capacidad intelectual y, por lo tanto, la inutilidad de cualquier esfuerzo cultural y educativo. Gould denuncia con sagacidad la falsedad científica de estos planteamientos que condujeron en el siglo XX a la matanza de millones de seres humanos y que pretenden hoy perpetuar la pobreza y las injusticias sociales explicándolas como una consecuencia inevitable de la inferioridad innata de determinados seres humanos.
RESEÑA
Llevaba mucho tiempo queriendo leer este libro porque considero a Stephen Jay Gould como uno de mis héroes intelectuales, y porque el tema central de la obra es la inteligencia, un tema que me interesa mucho explorar.
Nos encontramos ante un texto denso, repleto de información, detalles y razonamientos profundos acerca de la inteligencia, pero de la inteligencia «como entidad singular, su localización en el cerebro, su cuantificación como número único para cada individuo, y el uso de esos números para clasificar a las personas en una sola escala de méritos». Los estudios que se hicieron con este objetivo en mente –comprender qué es la inteligencia y clasificar a las personas en función de la misma– llevó a postulados que no sólo defendían que los grupos (razas, clases o sexos) oprimidos y menos favorecidos eran inferiores por nacimiento y merecían ocupar esa posición, sino que debían ser esterilizados para evitar que propagasen su condición.
El profesor Gould dejó claro que su libro era una crítica de una «concreta» teoría de la inteligencia sostenida por las interpretaciones interesadas de un «determinado» estilo de test psicológicos: la teoría de la inteligencia unitaria, de base biológica e inmodificable.
El libro se apoya en tres pilares fundamentales:
Primero: el determinismo biológico
El determinismo biológico consiste en afirmar que tanto las normas de conducta como las diferencias sociales y económicas que se dan en las diferentes poblaciones –básicamente, diferencias de «razas», clases o sexos– tienen su raíz en ciertas condiciones heredadas, innatas (y por tanto, inmodificables), y que, en este sentido, la sociedad es un reflejo fiel de la biología.
Lo que hace el autor es analizar la tesis defendida por muchos científicos en los siglos XIX y XX de que el «valor» de los individuos y de los grupos puede establecerse a través de la medida de la inteligencia como una cantidad aislada.
Este libro analiza la abstracción de la inteligencia como entidad singular, su localización en el cerebro, su cuantificación como número único para cada individuo, y el uso de esos números para clasificar a las personas en una sola escala de méritos, descubrir en todos los casos que los grupos –razas, clases o sexos– oprimidos y menos favorecidos son innatamente inferiores y merecen ocupar esa posición.
Segundo: los «grandes» argumentos
Para exponer su planteamiento –y rebatir las ideas de esos teóricos— se centra en los «grandes» argumentos y errores que cometieron los iniciadores de esta corriente de pensamiento. Así, el libro se divide claramente en dos mitades que representan las piedras centrales de esta teoría, en orden cronológico, durante los doscientos últimos años en que ha sido prominente:
El siglo XIX se centró en las mediciones físicas de cráneos, ya fuera por el exterior, o desde dentro (para medir el volumen de la caja craneal). El siglo XX pasó al método, supuestamente más directo, de medir el contenido del cerebro mediante los test de inteligencia. En suma, de medir las propiedades físicas de los cráneos a medir el contenido interno de los cerebros.
Tercero: aplicación del método científico
En su titánica tarea de desmontar las falaces argumentaciones de quienes defienden el determinismo biológico, el profesor Gould aplica el método científico: las diferencias entre los individuos son análogas a la variación de las poblaciones, y las diferencias que se miden entre los grupos son análogas a las diferencias temporales de los linajes a lo largo del tiempo. Por lo tanto, procede a hacer un profundo y sopesado análisis de los datos que manejaron los propios ideólogos para mostrar las falacias en sus argumentaciones sobre las diferencias en la «inteligencia» medidas entre los grupos humanos.
La falsa medida del hombre se centra, por lo tanto, en el análisis de los grandes conjuntos de datos que hay en la historia del determinismo biológico. Este libro es una crónica de las falacias profundas y aleccionadoras (no de los errores tontos y superficiales) que hay en el origen y en la defensa de la teoría de la inteligencia unitaria, linealmente clasificable y muy poco alterable.
El autor hace hincapié en dos falacias principalmente. La primera es la reificación o tendencia a convertir los conceptos abstractos en entidades. Todos nosotros somos conscientes de la importancia de la mente en nuestras vidas y deseamos caracterizarla. Por lo tanto, sostiene:
[…] bautizamos con la palabra “inteligencia” ese conjunto de capacidades humanas prodigiosamente complejo y multifacético. Una vez que la inteligencia se ha convertido en una entidad, los procedimientos normales de la ciencia prácticamente deciden que debe dotársela de una localización y de un substrato físico. Puesto que el cerebro es la sede de la mentalidad, la inteligencia debe residir allí.
Siguiendo este hilo argumental llegamos a la segunda falacia, la de la «gradación» o tendencia a ordenar la compleja variación de esa entidad en una escala ascendente:
El estilo común en que se expresaron ambas falacias mentales fue el de la cuantificación, o medición de la inteligencia como número único para persona. En el siglo XX los test de inteligencia desempeñan la misma función que supuso la craneometría en el siglo pasado [en referencia al siglo XIX]: según ellos, la inteligencia (o al menos una parte dominante de la misma) es una cosa separada, innata, heredable y medible.
En definitiva, los argumentos clásicos del determinismo biológico fracasan porque los caracteres que invoca para hacer diferencias entre grupos son producto de la evolución cultural. Los deterministas buscaron pruebas de la idea de que estamos «programados» desde que nacemos en caracteres anatómicos creados por la evolución biológica. Su profundo error –y que muchos siguen cometiendo hoy en día– es que trataron de utilizar la anatomía para hacer inferencias acerca de unas capacidades y conductas que vinculaban con la anatomía, cuando éstas tienen un origen cultural (sabemos que la «inteligencia» depende de numerosísimos factores entre los que destacan el desarrollo, la capacidad económica de los progenitores, el ambiente etc.)
«La falsa medida del hombre» no es un libro fácil de leer, y así lo reconoce el propio autor, pero alega en su defensa que dirigió el libro «[…] a todas las personas serias que se interesaran por el tema». Para ello siguió las dos reglas cardinales que siempre ha usado al escribir sus ensayos. En primer lugar, no detenerse en generalidades y sí centrarse en esos detalles pequeños pero fascinantes, que son capaces de captar el interés de los lectores. En segundo lugar, simplificar la escritura eliminando la jerga, por supuesto, por sin «adulterar» los conceptos; nada de compromisos, nada de aturdir.
La divulgación forma parte de la gran tradición humanística de la erudición seria, no es un ejercicio de aturdir por placer ni por sacar provecho.
Os recordamos que los días 13, 14 y 15 diciembre de 2018 tendremos nuestra quinta edición de Desgranando Ciencia. Para más información, seguid leyendo el blog.
Licenciado en derecho. Máster en Bioderecho. Doctorando en Ciencias Jurídicas
No soy científico. Mi trabajo diario no está relacionado con la ciencia ni con el periodismo. Por lo tanto, una buena pregunta sería ―y es cierto que me la han planteado alguna vez― por qué dedico tanto tiempo a leer y a escribir sobre temas científicos. Y mi respuesta es que es una necesidad.
Sin comentarios