Alcohol y antibióticos: una mezcla con historia y mitos

Parecía que nunca iba a llegar este momento, pero por fin las vacunas contra el coronavirus empiezan a administrarse. En un año cargado de surrealismos, la vacuna no podía venir exenta de ellos. Por eso, William Shakespeare ha sido la segunda persona en recibir fuera de un ensayo clínico la de Pfizer. En cuanto a la Sputnik V, Rusia ha experimentado una caída en el número de personas dispuestas a recibirla, después de que sus desarrolladores avisaran que no se debía mezclar con alcohol.

El tema de mezclar o no fármacos con bebidas alcohólicas es algo ya más que estudiado. Pero sobre todo suele hablarse de ello en lo referente a los antibióticos. Y este es un tema curioso, pues se basa en un mito, que a su vez nació respaldado por otro mito. Vamos, que hay mucha leyenda en esta historia, pero entre bulo y bulo también se esconde un poco de ciencia. Y es con ella con la que debemos quedarnos.

El mito dentro del mito

Para conocer el origen del mito dentro del mito debemos viajar hasta la Segunda Guerra Mundial. Hacía poco más de una década que Alexander Fleming había descubierto la penicilina y esta empezaba ya a usarse para frenar multitud de infecciones entre las tropas.

Una de las primeras personas en introducir este antibiótico en los hospitales militares fue el cirujano irlandés Sir Ian Fraser. Y es también el protagonista de una de las historias que dieron lugar a la cadena de mitos detrás del alcohol y los antibióticos.

Cuenta la historia que, en aquella época, la producción a gran escala de antibióticos no era muy eficiente. Por eso, se solía reutilizar la penicilina de la orina de los soldados. Pero claro, si estos bebían mucha cerveza, orinaban más y era complicado “pescar” el antibiótico.  ¿Y cuál era la solución? Pues una mentirijilla piadosa. Si se les decía que al beber cerveza el antibiótico no les haría efecto, muchos preferían vivir sin beber a soportar que se infectaran sus heridas. Problema solucionado. Pero aún había otro tema que resolver, pues las heridas infectadas no eran las únicas que se trataban con penicilina. Además, este era el tratamiento de muchas infecciones de transmisión sexual.

Estas solían proliferar entre los soldados después de que se tomaran momentos de asueto fuera del campo de batalla y se estaban convirtiendo en una plaga. Curar a los infectados era importante, pero también evitar que siguieran expandiéndose. Por eso, se recurrió a otra mentira, asegurando que si bebían alcohol la penicilina no les haría efecto. De este modo, se evitaba que pudieran acabar dejándose llevar por sus instintos bajo el calor de la borrachera.

La parte real de toda la historia

Todas estas historias, reales o no,  han llevado a que hoy en día se diga que realmente no hay problema con que bebamos alcohol durante un tratamiento con antibiótico, que todo era un mito. Pero es que eso, en parte, también lo es.

Hay varias razones por las que no debemos beber alcohol mientras estamos tomando antibiótico. La primera es el efecto antabus, que se caracteriza por síntomas como  dolor de cabeza, sudoración, taquicardia, vómitos y a veces vértigo, hipotensión arterial y síncope.

Este efecto se da cuando se toma alcohol junto a ciertos fármacos, entre los que se encuentran antibióticos como el cloranfenicol. 

Pero pueden darse otros problemas. Según el fármaco y la dosis, pueden ocurrir dos cosas, que se favorezca excesivamente su absorción, causando toxicidad, o que se absorba menos.

Todos estos son efectos que se dan sobre todo en bebedores crónicos. En su caso, por lo general los antibióticos les harán “menos efecto” y esto puede ser malo tanto por no tratarse correctamente la infección como por la posibilidad de que aparezcan resistencias.

Cuando exponemos a las bacterias al antibiótico, pero este no puede acabar con ellas como es debido, les damos la posibilidad de adquirir “herramientas” que les permitirán librarse de sus futuros encuentros con los antibióticos.

Puede ocurrir por muchos motivos, como una prolongación inadecuada del tratamiento o el uso de antibióticos cuando no hay una infección bacteriana. 

Por todo esto, si el alcohol está disminuyendo la eficacia del antibiótico, le daremos a las bacterias esa peligrosa posibilidad de “rearmarse”. Vale, puede que pensemos que por una copita no nos va a pasar nada, y posiblemente no pase. Pero en estos casos es mejor prevenir que curar. Por eso, si tomas antibiótico, es el momento de demostrar que también puedes pasarlo bien sin beber. ¿Quién sabe? Quizás le cojas el gusto.

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