El arbusto evolutivo (I)

Cuando nos enfrentamos al estudio de la evolución humana desde una posición no académica, es habitual sentirse perdido ante una maraña de nombres extraños que va creciendo y complicándose cada cierto tiempo. Los intentos de hacer más comprensible el panorama han tenido un éxito relativo para los «no iniciados», pero en cualquier caso me gustaría aportar mi pequeño grano de arena a la cuestión.

Ya hemos comentado la importancia de contar con suficientes fósiles para el estudio de la evolución humana, así como los esfuerzos llevados a cabo por distintos especialistas para arrojar luz en la complicada tarea de poner orden en lo que, en principio, no parece más que un conjunto de restos de huesos desperdigados por todo el planeta. Me propongo abordar ambas cuestiones juntas y ver qué podemos sacar en claro.

El primer concepto que tenemos que comprender es el de «hominino». En algún momento de la historia evolutiva de los hominoideos [1] se abrió un camino que condujo al ser humano de aspecto moderno: un hominino es un prehumano, un ser previo a nuestra especie (aunque nosotros, los seres humanos modernos, también somos homininos). La cuestión clave en este tema es que estos antepasados prehumanos deben parecerse más a nosotros que a los chimpancés (de quienes nos separamos hace aproximadamente 7 Ma). Son homininos, por tanto, los humanos actuales y nuestros antecesores tanto directos como colaterales ya desaparecidos que no lo son a su vez de los chimpancés.

Otros dos conceptos clave son el de género y especie. La paleoantropología sigue –en términos generales– una definición de «especie» basada en criterios morfológicos: dos o más poblaciones representan diferentes especies paleontológicas si la variación (morfológica) entre ellas es claramente mayor que la variación dentro de cada una. Por lo tanto, el ver en las muestras fósiles una o varias especies dependerá de dos factores. El primero es cuánta variabilidad morfológica debe permitirse dentro de una única especie (los esqueletos de dos seres humanos modernos de idéntica edad y sexo no tienen exactamente el mismo tamaño ni forma); y el segundo, cuánta de esta diferencia morfológica puede explicarse a causa de los dimorfismos sexuales (los esqueletos de machos y hembras de una misma especie presentan tamaños diferentes).

En cuanto al «género», seguiremos la tesis propuesta por Ernst Mayr. Mayr consideraba el género como indicativo de un tipo de ser adaptado a unas condiciones particulares. Todas las especies incluidas dentro de un género son aquellas que se adaptan a su ecosistema de una manera diferente a como lo pueden hacer las que pertenecen a otros géneros próximos. En el caso de los miembros de la tribu Hominini, vemos que éstos pueden encuadrarse dentro de las siguientes estrategias adaptativas:

  1. Los primeros seres que adoptan la postura bípeda cuando se desplazan por el suelo. Mantienen buena parte de los rasgos primitivos en la masticación.
  2. Los homininos que aprovechan la locomoción erguida para ir ocupando áreas de sabana abierta a medida que el clima africano se enfría y los bosques disminuyen de tamaño. Adaptan su dentición a las nuevas condiciones ambientales.
  3. Los homininos que, hace alrededor de 2,5–3,5 Ma, se especializan en una alimentación vegetal de sabana y desarrollan grandes aparatos masticatorios.
  4. Por último, los homininos que, en fechas cercanas a esos 2,5–3,5 Ma, mantienen aparatos masticatorios relativamente gráciles. En este género se incluyen también los sucesores dentro del linaje que, con el tiempo, desarrollaron grandes cerebros y fabricaron instrumentos de gran precisión.

Estas cuatro estrategias adaptativas permiten identificar cuatro géneros dentro de nuestro linaje. Pueden parecer pocos, pero se corresponden con los distintos procesos de diversificación que podemos establecer con pocas dudas: Ardipithecus, Australopithecus, Paranthropus y Homo. Dentro de ellos vamos a mencionar diferentes especies, las más aceptadas en términos generales, aunque algunas de ellas son objeto de discusión.

Resumiendo, dado que estamos tratando con restos fósiles –que son siempre fragmentarios– en la búsqueda de nuestros antepasados, debemos tratar de identificar al menos un carácter apomorfo, un carácter compartido por todos los miembros de un grupo (en nuestro caso la tribu Hominini) que haya sido heredado de su especie ancestral. Lo que buscamos son los rasgos derivados, aquellos rasgos compartidos por todos los homininos que hayan existido alguna vez. ¿Existe un rasgo así, un carácter que, si lo encontráramos en un fósil nos permitiera decir que ese ejemplar es un hominino?

La respuesta a esta pregunta también está sujeta a interpretaciones. Muchos especialistas consideran la lista de apomorfias recogidas por Sean Carroll [2] como una buena aproximación:

  • Forma del cuerpo y tórax.
  • Propiedades craneales (caja craneal y cara).
  • Tamaño relativo del cerebro.
  • Longitud relativa de las extremidades.
  • Larga ontogenia y tiempo de vida.
  • Caninos pequeños.
  • Cráneo equilibrado en lo alto de la columna vertebral.
  • Vello corporal reducido.
  • Pulgar alargado y dedos acortados.
  • Dimensiones de la pelvis.
  • Presencia de una barbilla.
  • Espina dorsal en forma de S.
  • Lenguaje
  • Construcción avanzada de herramientas.
  • Topología del cerebro.

El problema para la paleoantropología es que parte de estos caracteres son funcionales, como el lenguaje. Otros son anatómicos pero no dejan constancia en el registro fósil, como la ausencia de vello corporal o la topología del cerebro. Por lo tanto, la forma del cuerpo, el tamaño del cráneo, la longitud relativa de las extremidades o la situación del cráneo en posición vertical sobre la columna vertebral son rasgos que, en los humanos, alcanzan un tipo de expresión no conocida en ningún simio y que sí pueden ser analizadas en el registro fósil.

Los grados

En su momento hablamos de la cladística. Lo que hace la cladística es agrupar a las especies en «clados», que vienen a ser «un grupo, una rama del árbol filogenético», esto es, el grupo o taxón formado por una sola especie y todos sus descendientes. Bien, junto al de «clado», es necesario introducir un nuevo concepto: el «grado». Si los clados reflejan el «proceso» de la historia evolutiva, el concepto de grado se basa en tener en cuenta el «resultado» de esa historia evolutiva.

En este sentido, el concepto de «grado» es sinónimo de la idea de una «zona adaptativa». Los taxones que se incluyen en un mismo grado comen el mismo tipo de comida y comparten la misma postura o medio de locomoción; su inclusión en ellos no se hace en función de cómo llegaron a poseer estos comportamientos (el «proceso» de la historia evolutiva). Hay que señalar que establecer cómo tienen que ser de diferentes dos tipos de dietas o medios de locomoción para asignar un espécimen a un grado u otro aún es una decisión subjetiva (y de nuevo una fuente de controversia), pero hasta que podamos estar seguros de que estamos generando hipótesis fiables acerca de las relaciones entre los taxones de homininos, el concepto de grado ayuda a clasificar los clados en categorías funcionales más amplias.

Aceptaremos en este aspecto los grados propuestos por Bernard Wood: «ser humano anatómicamente moderno», «humano premoderno», «homininos de transición», «homininos arcaicos», «homininos arcaicos de dientes grandes» y «posibles homininos».

En las siguientes anotaciones vamos a analizar cada uno de estos grados y las especies habitualmente asociadas a los mismos. No vamos a extendernos en demasiados detalles porque lo que pretendemos es ofrecer una visión clara de esas especies. Así, para cada taxón incluiremos información sobre el nombre científico, el artículo especializado donde se describe por primera vez (con posibilidad de descarga en formato pdf en la mayoría de los casos), cuál es el holotipo, esto es, el fósil empleado para la descripción y designación de una nueva especie y, por último, cuáles son sus características principales.

Empecemos a destejer el arbusto evolutivo:






José Luis Moreno

Notas

[1] Un hominoideo pertenece a la superfamilia Hominoidea, compuesta por los simios menores, los grandes simios y los humanos. Sus miembros actuales se clasifican en dos familias: Hylobatidae (gibones) y Hominidae, constituida por la subfamilias Ponginae (que incluye el género Pongo, los orangutanes) y Homininae. Esta última está constituida por tres tribus: Gorillini (los gorilas), Panini (chimpancés y bonobos) y Hominini (Homo).

[2] Carroll, S. B. (2003), «Genetics and the making of Homo sapiens«. Nature, vol. 422, núm. 6934, p. 849-857.

2 Comentarios
  • M.Angeles
    Publicado el 07:07h, 29 septiembre Responder

    Hace poco que empecé a intetesarme por el paleolítico, la evolución humana y la paleontología. Ya estoy deseando leer la segunda parte de este artículo. Gracias por difundir.

    • José Luis Moreno
      Publicado el 07:51h, 29 septiembre Responder

      Espero que te parezcan interesantes y, sobre todo, que te resulten útiles para comprender nuestro pasado evolutivo. Es un tema fascinante.
      Si tienes cualquier duda o quieres profundizar en algún tema concreto solo tienes que decirlo. Espero poder ayudarte.
      Un saludo

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