El Gran Salto


Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha soñado con acceder a otros mundos, explorar nuevos cuerpos celestes y comprobar si estamos, o no, solos en el Universo. En este empeño la Unión Soviética, en la década de los 50s, dio pasos importantes con el Sputnik y las naves Vostok; enseguida, impulsada por la competencia en la hegemonía de las potencias –la denominada Guerra Fría–, los Estados Unidos establecieron uno de los programas más costosos de la historia de la ciencia (el equivalente a 200.000 millones de dólares actuales). La carrera por la conquista del espacio había comenzado, y con las misiones del programa Apolo la humanidad por fin logró lo que se creía imposible. Sin embargo, la historia tiene un pasado bastante claro al respecto: En 1609 Galileo apuntó su mensajero celeste, el telescopio, hacia nuestro satélite natural. Lo que observó cambió en forma radical la forma en la cual mirábamos la Luna. Aquella, que considerada lisa y perfecta, resultó tener una topografía desafiante –llena de montañas, enormes planicies y cráteres–. La luna siempre ha sido y será fascinante, ha inspirado obras y sueños. Uno de estos es precisamente posar un humano sobre su superficie.

En el decenio de 1960, con John F. Kenedy en la presidencia de los Estados Unidos, la competencia consistía en demostrar la superioridad, política y científica, entre el sistema capitalista y el socialista; se probaron misiles de largo alcance capaces de conducir ojivas nucleares a cualquier lugar de La Tierra, e incluso hacia el espacio exterior. Este fue el inicio tecnológico que terminaría en el desarrollo del cohete Saturno V, un artilugio de tres etapas con un peso de tres mil toneladas con los depósitos llenos de combustible. La etapa inferior del cohete es la que debe desarrollar la mayor potencia, al consumir su combustible en un par de minutos permitiendo que la nave Apolo quede en órbita a una altura de 170 kilómetros después de un total de nueve minutos posteriores al lanzamiento. Un estimado de un millón de personas estaban en Florida, en las playas y graderías, para ver el lanzamiento; el mayor número de personas en un acontecimiento científico-tecnológico como este.

Hoy todo suena sencillo, pero nunca hasta ese momento, un evento tuvo tantas complicaciones. Para el 16 de julio de 1969, el Saturno V, con 110 metros de alto y lleno con tres millones de kilogramos de combustible de oxígeno líquido, inflamable y explosivo (que haría que cualquier ser humano en su sano juicio mantenga distancia), sería el encargado de dejar «Tierra a la vista». Tras dar una vuelta al planeta, la tercera sección del cohete fue encendida y los módulos de comando y servicio recibieron el impulso necesario para alcanzar el campo gravitatorio lunar en aproximadamente cuatro días. Cualquier cosa podría salir mal, todo debía ser tratado con gran sensatez y cuidado. Mayor todavía seria la prudencia al terminar el viaje de ida, pues nadie sabía lo que sucedería una vez que la nave alunice, si es que lo lograba. Antes de la proeza algunas hipótesis pronosticaban que el modulo lunar se hundiría al tocar suelo; otras decían que el polvo lunar podría entrar en llamas una vez logre contacto con el oxígeno y los propulsores del módulo. Encontrar un sitio para aterrizar, que garantice que el módulo no se dé la vuelta, fue una dura tarea. Cuando el módulo de mando quedó en órbita lunar, Michael Collins realizó una cuidadosa maniobra para separarse del módulo que se posaría sobre la Luna, y así garantizar el regreso a salvo de toda la tripulación. Si algo fallaba en este preciso instante solo Collins habría contado la historia. Lo más difícil fue garantizar el regreso. Los astronautas, tendrían que dejar la superficie lunar, reencontrarse con el modulo en órbita y regresar a tierra. Al reingreso a la atmósfera terrestre les esperaban unos 1500℃ de temperatura, una vez que adquieran el ángulo y la velocidad de reingreso adecuada. Si el ángulo de entrada es muy pequeño (entrada casi tangencial), el artefacto puede rebotar como lo hace una piedra lanzada sobre la superficie de un lago; si el ángulo es muy grande, la velocidad de entrada se incrementa rápidamente por efecto gravitatorio, produciendo un calentamiento peligroso por rozamiento, y en cuyo caso la bola de fuego que envuelve la nave terminaría por destruirla. Si todo resultaba bien hasta este punto, todavía los esperaba un vertiginoso descenso en el Océano Pacífico, lugar donde esperarían pacientemente el final y ansiado rescate de la misión.  Fue una tarea titánica llevada a cabo con una combinación de la mejor tecnología de la época (las computadoras del Apolo XI tenían menos capacidad de cálculo que un teléfono móvil actual), física Newtoniana, ingenio sin límites, voluntad de un país entero y su política, animada por el deseo de aventajar a los rusos en la carrera espacial, y no menos importante, una tripulación con una valentía inigualable. Los tres tripulantes del Apolo XI tenían mucho en contra de las posibilidades, pero su tesón y capacidad para aceptar los riesgos (en compañía de algo de suerte) los convirtieron en los primeros seres humanos en tener a la luna bajo sus pies.

Uno de estos admirables hombres fue Neil Armstrong, un ciudadano estadounidense nacido el 5 de agosto de 1930 en la pequeña ciudad de Wapakoneta (Ohio, EEUU). Armstrong creció con las hazañas del piloto Charles Lindbergh (el primero en surcar el Océano Atlántico sin escalas en un avión), alardeaba que aprendió a pilotar un avión antes que a conducir un automóvil. Antes de ser astronauta, Armstrong fue piloto de pruebas en el Centro de Investigación de vuelo de la NASA en la base Edwards, California. A su haber tuvo la prueba de cerca de 200 modelos diferentes de ingenios voladores y en 1962 fue transferido al programa de astronautas. En 1966, comandando la misión Géminis 8, Armstrong fue el primer hombre en realizar exitosamente un atraque entre dos vehículos en el espacio. A pesar que su cápsula sufrió un desperfecto en los impulsores mientras estaban acoplados a un módulo de prueba en órbita, lo que causó que ambas naves comenzaran a girar sin control en el espacio, Armstrong consiguió realizar una reentrada de emergencia salvando su vida y la de su compañero. Neil murió en el 2012, pero bien pudo haber ocurrido mucho antes; quienes lo conocieron cuentan que constantemente parecía estar con la muerte rondando, más también la suerte siempre fue su aliada. En las pruebas de vuelo del que sería el futuro sistema de descenso del módulo lunar, el aparato tuvo fallos en la propulsión y se estrelló estrepitosamente. Tan sólo instantes antes, Armstrong habría podido eyectar su asiento y evitar una muerte segura. No obstante, tal vez lo más impresionante sea que a segundos de aterrizar en la Luna, y debido a grandes irregularidades en el terreno, el módulo Eagle (Águila) estuvo a punto de no poder posarse, con el agravante que el combustible se terminaba. El único camino era abortar peligrosamente el aterrizaje y volver a la órbita lunar, pero una maniobra precisa de Armstrong posó al Eagle en la superficie del llamado “Mar de la Tranquilidad”, mientras en tierra el personal de apoyo sudaba “la gota gorda” al saber que sólo quedaban segundos de combustible. Sin esa arrojada decisión, la historia que contar seria otra; nadie sabría que, el 20 de Julio de 1969, 360 años después del telescopio de Galileo, el primer ser humano dejó huellas sobre suelo lunar. Un día después, el 21 de Julio, los titulares de los diarios fueron alucinantes, solo comparables a lo que luego se leería en los casos de la decodificación del genoma humano y la clonación de la oveja Dolly. En ese momento, nadie que no fuese parte del equipo de la NASA podía imaginar cuan cerca del desastre estuvieron los tripulantes del mítico Apolo XI. Hoy estamos celebrando 50 años de esta enorme proeza para la humanidad.

La tripulación del Apolo XI (Izq-der): Armstrong, Collins y Aldrin

Solo debido a una cuestión de casualidad Neil Armstrong pisó primero la Luna. Todo estuvo relacionado con resolver un problema de movilidad interna dentro del módulo lunar, no más amplio que una furgoneta. Los astronautas una vez puestos sus trajes no podían moverse con libertad dentro de la capsula, y la NASA dictaminó que la única manera de iniciar el paseo lunar era que Neil saliera primero, porque era el más cercano a la escotilla (Buzz Aldrin lo seguirá, mientras que Michael Collins se quedaría en el módulo de orbita asegurando que todo esté a punto para el exitoso regreso). Así fue como modestamente Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en dejar su huella en suelo lunar, exactamente al mismo tiempo que emitía su histórica frase “Este es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”. En su biografía autorizada (First Man: The Life of Neil A. Armstrong) James R. Hansen señala que la célebre frase, que la humanidad escucho en transmisión directa (con retraso de casi dos segundos, debido a la distancia Tierra-Luna) por televisión fue exclusivamente idea de Neil, quien, con la ayuda de su esposa, y no de un equipo de cerebros de la NASA, se prepararon para la gran ocasión.

“Houston, aquí Base de la Tranquilidad. El Águila ha aterrizado”, dijo Armstrong cuando llegaron a la Luna, comunicando a la Tierra que él y sus dos compañeros habían logrado culminar una de las mayores hazañas de la historia de la humanidad. Varios años después, en 1972, tras seis misiones que lograron posarse en la Luna y con el “casi” desastre del Apolo XIII, el programa de las misiones espaciales tripuladas y el programa Apolo se dieron por finalizados. En total fueron nueve las misiones hacia la Luna realizadas por el programa, logrando incluso la prueba de vehículos lunares. Si quieres mirar un magnifico vídeo restaurado del original puedes verlo aquí: Con un pie en la luna

En 2012 murió Neil Armstrong, el primer hombre en pisar el único satélite natural de la tierra. Su fama traspaso fronteras; fama que siempre rechazó asegurando que simplemente había hecho su trabajo. Sus huellas quedaran cinceladas para siempre en el corazón de la humanidad y en nuestro satélite. Finalmente, la suerte, su fiel compañera, decidió dar la espalda a Neil. El 25 de agosto del 2012, en una operación de corazón rutinaria para la medicina, la muerte no admitió más dilaciones y se lo llevó para siempre, cumplió 82 años de extraordinaria vida. Como un homenaje póstumo sus familiares sugieren: “La próxima vez que camines en una noche clara y observes a la luna sonriéndote, piensa en Neil Armstrong y guíñale un ojo”.

“De repente, me di cuenta de que aquel guisante diminuto, bonito y azul, era la Tierra. Levanté mi pulgar y cerré un ojo; mi pulgar ocultó el planeta Tierra. No me sentí como un gigante. Me sentí muy, muy pequeño”.

Neil Armstrong

Referencias: 

1 Comment
  • Judith Venegas
    Publicado el 07:11h, 21 julio Responder

    Excelente retrospectiva, realmente un avance importante para la humanidad.

Publicar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies