Escepticismo y racionalismo

Platón (427-347 a.C.) fue un filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles.

¿Es lo mismo el escepticismo que el racionalismo?

Si utilizamos el criterio cartesiano de claridad y distinción, la de “escepticismo” es una de las ideas más oscura y confusa de las que podamos encontrar.

Por una parte, el término no es claro, dado que su significado no es evidente ni el mismo para todo aquel que lo utiliza. Diferentes personas utilizan el término “escéptico”, aplicado a otros o a sí mismos, con significados muy distintos.

Tampoco es distinto, dado que es fácil confundirlo con otros conceptos. Entre los términos de la confusión destacan los de pensamiento crítico, racionalismo, empirismo, agnosticismo, incredulidad, dogmatismo, relativismo, pragmatismo, etc. Así, por ejemplo, parte del autodenominado movimiento escéptico es más bien racionalista que propiamente escéptico. Y, curiosamente, los primeros escépticos llamaban dogmáticos a los racionalistas de su época.

Por otra parte, es habitual calificar de escépticos a quienes niegan el calentamiento global o que el ser humano haya llegado a la luna, cuando los otros escépticos antes mencionados están en las antípodas de estos. También se llama escépticos a quienes desde la derecha o la izquierda políticas se oponen al modelo actual de Unión Europa (los euroescépticos). E incluso existe una filosofía política que se llama “escepticismo político” (de Michel Oakeshott), con la que muchos de los otros escépticos no estarían de acuerdo. Y, como luego veremos, los primeros escépticos en la antigüedad, entre ellos el fundador de esta corriente de filosofía, Pirrón de Elis, habría que catalogarlo como “magufo” según el escepticismo organizado de hoy en día.

Si usamos la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en n su 22ª edición leemos que el escepticismo es:

Del lat. mod. scepticismus, der. del lat. mediev. scepticus ‘escéptico’.

1.   Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo.
2.   Fil. Doctrina de ciertos filósofos antiguos y modernos que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla.

En cuanto a la etimología, “escéptico” deriva del latín y este nos remite al griego σκέψις (skepsis) que significa dudar, sospechar o investigar. De esta raíz grecolatina procede el significado amplio del término como “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo”. Nótese que tanto la etimología como el primer significado ya apuntan a la idea principal: la de duda o desconfianza. Esta duda se sitúa a medio camino entre los dos polos de la certeza: la afirmación y la negación. Así, en principio, el escepticismo es la duda de quién no se atreve a afirmar algo pero tampoco a negarlo. No obstante, tampoco sería una posición equidistante, pues el término se usa, normalmente, en un sentido más cercano a la negación que a la afirmación. De hecho, en algunos casos casi sería un eufemismo de la negación. Los escépticos hacia el cambio climático, o a la llegada del ser humano a la luna, suelen estar bastante convencidos de que no hay cambio climático o de que el alunizaje no fue real, y si no dan el paso definitivo a la negación seguramente sea más por prudencia, o por no parecer dogmáticos, que por auténtica duda. Lo mismo gran parte de los llamados euroescépticos: más que dudar de las bondades de la Unión Europea parecen estar bastante seguros de sus maldades. Por lo anterior, es fácil confundir escepticismo con incredulidad, aunque en puridad sean cosas diferentes: en un juicio, no es lo mismo negar la culpabilidad del acusado que dudar y no estar seguro de ella.

Brights Movement se formó en el 2003.

Tal vez sea por esto que el término escéptico tenga también una carga peyorativa: el escéptico duda de lo que otro afirma. De hecho, el término ha sido históricamente utilizado como insulto o acusación hacia los contrarios. Y, por eso mismo, el movimiento escéptico tampoco ha estado a gusto con esta denominación, llegando a proponer a veces, aunque sin éxito, otros nombres como Brights Movement (movimiento brillante). Lo que da cierta imagen de superioridad que tampoco mejora la imagen.

Volviendo a la definición de “escepticismo”, su primer significado del diccionario indica que esa duda o desconfianza es hacia algo, lo que nos permite decir que se puede ser escéptico hacia algunas cosas pero no hacia otras. Por ejemplo, no es la misma actitud de un escéptico hacia la posibilidad de vida extraterrestre inteligente en algún rincón del universo, que pensar que exista en Marte o que incluso vengan a visitarnos regularmente. Gran parte de los miembros de movimientos escépticos pensarían que es probable vida inteligente en alguna parte del universo, negarían la posibilidad de vida inteligente en Marte y se reirían con que los marcianos pasen sus vacaciones en la costa levantina.

El segundo significado del diccionario nos remite a la filosofía, donde aparece el término propiamente dicho, y de donde luego pasará tanto al lenguaje común como al movimiento organizado con tal nombre (lo que no implica que en esos pasos se mantenga el significado filosófico original). El diccionario remite a doctrinas filosóficas antiguas y modernas. Aunque el escepticismo surge en el mundo antiguo, su resurgimiento ocurre en la Edad Moderna con la Reforma Protestante y su punto de inflexión ocurre en la Revolución Científica.

La Ciencia fue la que cambió la situación respecto del escepticismo y el racionalismo. No es lo mismo dudar de las ideas del platonismo que de la física que permite llevar y traer una nave espacial a la Luna o a Marte. El desarrollo científico hace que los racionalistas confíen en la ciencia moderna al igual que los escépticos y los agnósticos. Las diferencias vendrán en cuanto a lo que refiere a lo que no es ciencia.

Los escépticos de la antigua Grecia (pirrónicos y académicos) tenían como enemigos a los racionalistas (platónicos, aristotélicos y estoicos), a quienes, curiosamente, calificaban de dogmáticos.

La clave está en el diálogo Teeteto de Platón (202c) donde se define el conocimiento como “convicción verdadera y justificada”. Algo es conocimiento si:

  • es una convicción, algo que creo firmemente y de lo que estoy convencido
  • es verdadera, lo que pienso se corresponde fielmente con la realidad
  • está justificada, hay un motivo suficientemente fuerte que garantiza esa verdad

Así, si alguien cree que en verano hace calor porque los dioses son generosos, no sería conocimiento porque aunque puede ser una convicción y además verdadera (es el caso que en verano hace calor) la justificación de dicha creencia no es correcta (no es porque los dioses sean generosos). O mejor aún: si en un concurso un concursante acierta la pregunta por chiripa, no podemos decir que sabía o conocía la respuesta: acertó pero no de un modo justificado (fue pura suerte).

El problema está en si el conocimiento es posible: es decir, si podrá haber convicciones que sean verdaderas y justificadas. Ahí es donde se separaron desde la antigüedad racionalistas y escépticos. Los primeros respondían que sí y los segundos que no.

Para los racionalistas, hay verdades racionales evidentes y todo lo que se derive de ellas mediante deducción lógica es igualmente verdadero. El modelo son las matemáticas (y la lógica), de cuyos axiomas (o premisas) se deducen teoremas (o conclusiones) igualmente verdaderos (si no hay error en el procedimiento de inferencia). Los racionalistas llamaban a esa verdad o verdades evidentes de diferentes formas: Ideas (Platón), primeros principios (Aristóteles), Lógos (estoicos), ideas claras y distintas (Descartes), Uno, Dios, Verdad…

Los escépticos niegan la mayor: no existe ningún principio evidente que sirva de inicio de la deducción. Uno de sus argumentos era que, si existiera y fuera tan evidente, no podría haber tantas escuelas racionalistas diciendo cada una uno distinto; siendo así, no será evidente, y si no es evidente, necesita ser demostrado a partir de otros principios, con lo que se genera un regreso al infinito. Por eso acusan a los racionalistas de dogmáticos, de “dogma”, que significa “opinión”: los racionalistas son dogmáticos porque hacen pasar su opinión (probable, no evidente) por algo evidente cuando no lo es. Aquí los escépticos se dividen en dos:

  • los pirrónicos que niegan, entonces, cualquier conocimiento y reducen todo a opiniones subjetivas
  • los académicos que, aun negando el conocimiento absoluto, sí admiten verdades parciales, probabilísticas o plausibles o por lo menos que unas lo son más que otras.

A partir de aquí podemos rastrear dos líneas de pensamiento enfrentadas hasta la edad moderna y con sus antecedentes:

  • la racionalista que confía en algún tipo de principio absoluto, racional, evidente, como base del conocimiento (presocráticos, Platón, Aristóteles, estoicos, epicúreos, tomistas, Descartes…)
  • la escéptica, que niega ese tipo de principios (médicos hipocráticos, sofistas, escépticos pirrónicos y académicos, Gassendi, Hume, Bayle…). Para los escépticos de la línea hipocrática, académica, empirista…, el conocimiento (limitado, asintótico, probable…) solo puede proceder de lo empírico y con sus limitaciones.

La ciencia moderna (principalmente, la física newtoniana) marca un punto de inflexión por su carácter universal y necesario (el summum del racionalismo) y al mismo su carácter empírico: lo que Kant llamaba “sintético a priori” y le llevó a escribir la Crítica de la razón pura para poder explicarlo.

A partir de la ciencia moderna, tanto racionalistas como escépticos toman a la ciencia como referencia, pero se mantienen sus diferencias: los racionalistas pretenderán racionalizarlo todo mientras que los escépticos mantendrán la duda o sospecha también hacia las pretensiones absolutistas o totalizadoras de la propia ciencia. Más o menos la misma crítica hacia la ciencia que los escépticos antiguos hacían a los primeros principios o absolutos de los racionalistas de la antigüedad: aunque la ciencia sea la mejor forma de conocimiento, no es un conocimiento absoluto, con todo lo que eso implica.

Eso va a tener consecuencias. Por ejemplo, que haya dos Ilustraciones: una más radical (La Mettrie, Holbach…) y que influyó en la revolución francesa, y otra más moderada e influyente en la revolución norteamericana (Montesquieu). En política, el racionalismo va a dar lugar a filosofías políticas como las utopías, el utilitarismo, el socialismo, el marxismo o el anarquismo: la idea que se expresa en la letra de La Internacional: “…atruena la razón en marcha…”. Frente a ese racionalismo político van a surgir otras filosofías políticas más escépticas hacia la posibilidad de plantear políticas basadas en la razón y de signo más moderado o conservador: el propio Hume en el siglo XVIII. En el siglo XX se va a producir un debate parecido entre Habermas (racionalista político) y Popper (más escéptico y conservador). La crítica de Popper, por ejemplo, consistirá en recuperar las cautelas escépticas y señalar los límites de la razón: es imposible diseñar una política a partir de la pura razón porque es imposible una visión global o del todo (una teoría racional capaz de abarcarlo todo desde un conjunto de axiomas o principios evidentes). A lo más que podemos llegar es a la ingeniería política (cambios parciales, reformismo) pero no a la revolución (cambios totales, utopías).

El racionalista viene a decir que todo lo que no sea ciencia es irracional, pseudocientífico o absurdo. Para el racionalista, la ciencia no tiene límites, y podemos acercarnos científicamente a todo, si no ahora mismo, sí con el tiempo. Es cuestión de que la ciencia y la tecnología avancen. La medicina, la psicología, o las neurociencias serían ejemplos de cómo la ciencia puede llegar a donde antes se creía imposible. La ética, la política y el arte, hasta hace poco últimos reductos de la metafísica, deben ceder ante los avances científicos. También la religión, que científicamente quedará reducida a mitología. Y es más, el racionalista tenderá a tener una actitud proactiva para que así sea. La ciencia acabará con toda superstición e irracionalidad y establecerá políticas y normas morales racionalmente fundadas y científicamente comprobadas.

El escéptico podemos decir que es menos optimista que el racionalista respecto de la ciencia y sus posibilidades, o por lo menos más cauto o conservador. La crítica del escéptico al racionalista seguirá en parte la misma orientación de siempre aunque matizada. Si bien toma a la ciencia como referente, también advierte de los excesos de la confianza racionalista en esa misma ciencia. La razón y la ciencia descubren verdades de las que parece absurdo dudar completamente (en eso se distingue del escéptico pirrónico) pero tampoco son certezas totales. Siempre quedará alguna duda mínima y dichas verdades no dejarán de ser provisionales y asintóticas: tienden a la verdad pero no la pueden alcanzar plenamente.

Los intentos por racionalizar y hacer ciencia en campos que no son netamente científicos pueden conducir a resultados peores que los beneficios que aparentemente pretenden conseguir. Por ejemplo, el diseño de utopías racionalistas podrían conducir a distopías en la práctica. Frente a la revolución (racionalista) mejor el reformismo (escéptico).

Así, el escéptico se centrará en lo más seguro, la ciencia, y en la crítica a su enemigo natural, la pseudociencia y lo claramente falso o irracional, o directamente fraudulento pero no será tan beligerante hacia lo no-científico. Ante eso será más propiamente escéptico como los antiguos: no se pronunciará (epojé). De esta forma, el escéptico será sumamente combativo contra la pseudociencia para desenmascararla como falsa ciencia que es, pero no tendrá la misma actitud hacia la religión, por ejemplo, siempre que esta no intente presentarse como ciencia sino directamente como lo que es, religión, fe, pero no ciencia (distinto sería si la religión se camuflase de ciencia como pretendía en su momento el creacionismo científico o ahora mismo el diseño inteligente).

Además del racionalismo y el escepticismo, tenemos la zetética que es muy similar al escepticismo pero con un matiz importante en su actitud hacia la pseudociencia. Su actitud hacia la pseudociencia es mucho más relajada y positiva. Aun reconociendo la falta de rigor científico de las pseudociencias puras y de las ciencias marginales (que se ocupan de cosas raras, extrañas, poco estudiadas o difícilmente estudiables) mantiene una actitud mucho más positiva u optimista hacia ellas. Quitando los casos de fraude o farsa pura y dura, es posible que, por lo menos en hipótesis, esas ciencias marginales o incluso algunas pseudociencias, contengan elementos de verdad que, debidamente estudiados con rigor científico, aporten nuevos conocimientos y amplíen el campo de la ciencia. De esta forma, el zetético abogará por estudiar todas estas cosas raras, sin prejuicios en contra en principio, aunque con la prudencia de no entusiasmarse demasiado como para dejarse llevar ante pruebas insuficientes aunque parezcan prometedoras.

Un aspecto en común del racionalista, el escéptico y la zetética es su interés por lo irracional, pseudocientífico o extraño a la ciencia, ya sea para denunciarlo y combatirlo, o para estudiarlo rigurosamente. Este interés es lo que distingue al agnosticismo de todos ellos: su marca es la indiferencia a todo eso. Mientras que la actitud de los demás es activa, la del agnóstico es pasiva. Este también identifica de alguna forma razón, conocimiento y ciencia, como el racionalista, pero simplemente se desentiende de lo que no es ciencia. Tanto que ni hace el esfuerzo por combatirlo. Si, como dice el refrán, el peor desprecio es el no aprecio, el agnóstico es quien más desprecia a todo lo que no es ciencia.

El agnosticismo no es la duda ante la posibilidad de que Dios exista, tal que ni lo niega ni lo afirma, como suele decirse. El agnosticismo es la negación de la gnosis, es decir, del conocimiento privilegiado, revelado o fuera del que está al alcance de cualquier ser humano y que es el científico. Para el agnóstico, la gnosis como mucho será opinión, pero no conocimiento (o por lo menos mientras no se confirme así científicamente, con lo que dejaría de ser gnosis y pasaría a ser ciencia). Por gnosis entiende no solo la religión, sino también la metafísica y todo lo que quede fuera de la ciencia. Y ante todo eso el agnóstico es, simplemente, indiferente. Ni lo investiga ni lo combate, se desentiende de ello.

Si nos alejamos aún más de los racionalistas, encontramos el relativismo filosófico, que viene a decir que la ciencia es un discurso o narración más entre otros acerca de la realidad, pero no es el mejor ni el más autorizado de todos. El conocimiento que proporciona la ciencia es tan solo uno más entre las muchas formas de conocimiento posibles. La verdad, lejos de ser única, es plural. Y esta pluralidad de verdades son inconmensurables unas con otras: es imposible juzgar la verdad de un tipo de conocimiento en términos de otro. Así, la ciencia, la magia, el chamanismo, la religión, la teología, la mitología, y absolutamente todo tiene el mismo valor de verdad. Y esa verdad es relativa a cada persona, sociedad, cultura o época. Aquí nos encontraríamos con posturas afines al posmodernismo filosófico.

Y, por último, tenemos el anticientifismo que es el pensamiento que niega cualquier verdad cuyo origen sea científico y carga los problemas de la humanidad en el desarrollo científico.

Para terminar, señalar que los significados establecidos conforman una clasificación ideal, de tipos puros en el sentido weberiano, cuya utilidad es analítica y no descriptiva. Es decir, en la realidad, sería difícil encontrar ejemplos que se ajustaran perfectamente a cada uno de los tipos mencionados. Lo más normal será que diferentes autores, asociaciones o movimientos contengan elementos de unos y unos tipos en diferentes proporciones y composiciones. O, incluso, que sus propias autodenominaciones o autoclasificaciones tampoco se ajustaran a las aquí establecidas.

Andrés Carmona

Para profundizar:

Chiesara, María Lorenza (2007). Historia del escepticismo griego. Madrid: Ediciones Siruela.

Popkin, Richard H. (1983). La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza. México: FCE.

Velarde, Julián (1996). El agnosticismo. Madrid: Trotta.

Sobre el autor

Andrés Carmona Campo es profesor de Filosofía en un Instituto de Educación Secundaria.

Es licenciado en Filosofía y en Antropología Social y Cultural, y Máster en Filosofía.

Es socio de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (ARP-SAPC).

Colabora en el blog colectivo Filosofía en la Red.

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