Monos sudorosos (5/5): Los parásitos también evolucionan

Pediculus humanus

Se ha dicho que solo tres especies animales echarán de menos al ser humano cuando éste desaparezca. Y ninguna de tales especies es Canis canis, el perro común, pese a la dependencia que tiene de los humanos. Pero los perros son tan similares a los lobos que es muy posible que un buen número sobreviva a la extinción de los humanos.

Las tres especies antes mencionadas son parásitos exclusivos del H. sapiens. De hecho, han evolucionado con él. Son Pediculus humanus capitis, el piojo de la cabeza; P. humanus corporis, el piojo de la ropa y Pthirus pubis, las ladillas. Cabría añadir a las chinches, Cimex lectularius, pero no tengo tan clara su dependencia exclusiva de los humanos, aunque parasite sobre todo las camas.

Es interesante resaltar la evolución de piojos y ladillas. Dado que tanto piojos de la cabeza como ladillas habitan en los pelos, el hecho de que sean especies distintas no relacionadas nos da una pista del momento en que entre el pelo de la cabeza y el del pubis se abrió un amplio «desierto» libre de pelos, es decir vello fino. En cualquier otro mamífero, los parásitos de ambas regiones no tienen por qué diferenciarse, pues pueden entrar en contacto con facilidad, así como con el resto de la piel.

De hecho, la separación de los dos tipos de piojos, P. humanus capitis y corporis se establece hace unos 100.000 años, lo que viene a coincidir con el momento en que nuestros antepasados, H. sapiens, empezaron a usar prendas de vestir: los piojos de la cabeza descubrieron que podían infestar las ropas y así tener acceso a otras partes de la piel, aunque no tuvieran pelo.

No conocemos los parásitos que pudieran infestar a las especies extintas de homininos, pero sí que conocemos un parásito de los chimpancés que está muy relacionado con los piojos. Se trata de Pediculus scheffi, el piojo de los chimpancés, cuyo parentesco es evidente al ser de la misma familia.

Y no hace falta romperse mucho la cabeza para hallar una ruta evolutiva entre P. humanus y P. scheffi, dado que sus huéspedes, Homo sapiens y Pan troglodytes comparten un antepasado común. Pongamos por caso que éste antepasado fuera el Ardipithecus (no importa si no es el caso, a efectos del presente razonamiento vamos a dejarlo así). Ardipithecus tendría parásitos análogos a los piojos. Cuando Ardipithecus evolucionó hacia P. troglodytes por un lado y hacia Australopithecus por el otro, sus parásitos también evolucionaron, adaptándose a las nuevas especies. El parásito del P. troglodytes acabó por ser el P. scheffi ya mencionado, mientras que el parásito de los australopitecinos se fue adaptando a la pérdida del pelo, ya en el género Homo, hasta quedar reducido a la cabeza, P. humanus.

Incluso podemos confirmar la fecha en que ambas especies de primates se separaron, pues sería la misma fecha de la separación entre las dos especies de piojos, el de los humanos y el de los chimpancés. Se trata de unos 7 millones de años, lo que coincide con lo que ya sabemos.

Hasta aquí, todo es pura lógica y coherencia. Y ahora viene el elemento que más difícil resulta de explicar.

Las ladillas, o piojos del pubis, son Pthirus pubis. En los chimpancés no se conocen parásitos de ese género, sino del ya mentado Pediculus. El homínido actual que comparte un parásito de dicha familia es el gorila, Pthirus gorillae. No vale la pena elucubrar sobre la manera en que el parásito del gorila se adaptó a la región púbica humana.

Pero sí que hay un dato útil para nuestras conclusiones, y es que la diferenciación entre estas dos especies de parásitos del género Pthirus se establece en 3 millones de años. Dicho de otra forma: hace ya 3 millones de años, los pelos de la cabeza y del pubis de nuestros antepasados ya estaban separados un margen suficiente para que pudieran existir especies distintas de parásitos. Esta separación implica la ausencia de pelos de un tamaño apreciable en el cuerpo.

Hace 3 millones de años, la especie de homininos más abundante era Australopithecus africanus. ¿Podemos concluir que ya A. africanus era lampiño? ¿Y por lo tanto que sudaba en abundancia, como el H. sapiens?

Tal vez deberíamos revisar esas imágenes de los australopitecinos recubiertos de una espesa pelambrera, y cambiarlas por unas donde presenten espesas cabelleras, de cabello tal vez rizado, y piel desnuda, de color oscuro por supuesto. O sea, bastante diferentes de la imagen de «chimpancés bípedos» que tenemos. Porque parece que A. africanus ya era un «mono sudoroso».

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