¿Por qué estamos seguros de lo que sabemos?

Lo más probable es que el lector esté sentado en una silla, mirando fijamente en una pantalla este conjunto de letras y palabras que forman oraciones. Todas las cosas que percibe mediante sus órganos sensoriales (perros, camiones, montañas) parecen sólidas, consistentes y reales. Pero, ¿por qué estamos tan seguros de saber que existen realmente?

Se dice que en una ocasión un profesor de filosofía examinaba a sus alumnos y colocó una silla encima de su escritorio. Inmediatamente entregó los exámenes con una única cuestión: Demuestra que la silla no existe. Una alumna obtuvo la máxima puntuación al responder, simplemente: ¿Qué silla?

La duda acerca de una creencia o de un sistema de creencias se conoce en filosofía como escepticismo (del griego antiguo σκέπτομαι, «examinar atentamente»). Y en este punto conviene aclarar que el escepticismo filosófico difiere en algunos aspectos del escepticismo científico o empírico tal y como lo entiende Carl Sagan en El mundo y sus demonios. El escepticismo filosófico siembra la duda sobre un aspecto de la realidad por medio de un argumento concreto que niega ciertas creencias (escepticismo local) o todo el conocimiento que tenemos sobre el mundo (escepticismo global). Por el contrario, el escepticismo empírico, científico y metodológico exige evidencias a las creencias que pretendan ser aceptadas en el corpus de la ciencia o, simplemente, ambicionen ser la verdad, como la homeopatía. Si no las aportan, serán creencias pseudocientíficas o charlatanería en general.

En su búsqueda de un fundamento para un conocimiento absolutamente seguro, Descartes comenzó a dudar de la existencia de ciertas cosas que percibía en su experiencia cotidiana. En primer lugar, cuestionó la informacón que recibía del exterior a través de los sentidos, ya que si a veces le habían engañado (con percepciones ilusorias, por ejemplo) no podía fiarse de ellos con seguridad en ninguna ocasión. Con todo y como afirma el filósofo Daniel Quesada, el hecho de que los sentidos nos engañen a veces no significa que el objeto (mal) percibido no exista, sino que será de otro modo y no de ése en concreto.

En segundo lugar, el pensador francés se preguntó si estaría soñando o estaría despierto. A fin de cuentas, a veces soñaba muy nítidamente que estaba junto a la chimenea, vestido, estando verdaderamente desnudo en la cama y dormido. Pero todavía no cabía dudar de las verdades de la aritmética y la geometría o de la propia creencia en un mundo físico donde hay, entre otras propiedades, posición espacial. En el escenario onírico, en el mundo del sueño, tales elementos parecían existir. No obstante, el argumento escéptico del sueño se autorrefuta: la supuesta enorme similitud entre el mundo real y el mundo onírico no es tan grande si somos capaces de compararlos y extraer algunas diferencias importantes entre ambos. Si no, serían indiferenciables y ni siquiera podríamos decir que hemos soñado.

Sin embargo, Descartes subió un escalón más y sacó de la chistera un temible argumento escéptico global: ¿Y si un genio maligno todopoderoso nos engaña acerca de absolutamente todas las cosas? Podría hacer que el rojo nos pareciera azul marino, o que 2+2 nos diera 5. O que, siguiendo la reciente analogía de la película Matrix, creamos estar saboreando un rico filete que en realidad es un montón de datos en una interfaz virtual y que, en definitiva, estemos en una planta de cultivo humano, explotados por las máquinas en el futuro. Este argumento escéptico global fue formulado como experimento mental por el filósofo Hilary Putnam de una forma muy elegante. Imagina que un científico loco haya puesto nuestros cerebros en una cubeta con nutrientes. Gracias a electrodos y cableado, haría creer a nuestro cerebro, a través de impulsos eléctricos específicos, que estamos sentados leyendo estas líneas, mirando la televisión, o nadando en la orilla del mar. ¿Esto tiene alguna posibilidad de ser cierto?

Según Putnam, no. El propio hecho de que reflexionemos sobre la posibilidad de ser cerebros en una cubeta invalidaría ese tipo de argumento escéptico, pues un cerebro en una cubeta no debería poder pensar siquiera que es un cerebro en una cubeta. El significado de «cubeta» o de «cerebro» que podamos tener no remitiría a la «cubeta» o «cerebro» real del mundo del científico loco, así que entraríamos en una incoherencia lingüística impresionante. Desde luego, es una forma más sofisticada de resolver este tipo de argumentos escépticos globales que Descartes, quien ante la amenazadora idea del Genio maligno supuso que Dios existe, es bueno y no lo va a engañar con semejantes artificios. A mi juicio, la manera más adecuada de despachar este tipo de asuntos es empleando el filo de la navaja de Occam:no hay que multiplicar los entes más allá de lo necesario. Pensar que vivimos en un mundo virtual creado por la estimulación eléctrica, o que somos marionetas a merced de los caprichosos designios de un Genio maligno o datos en una simulación, creo, es multiplicar las explicaciones necesarias. Lo más económico filosóficamente hablando es sostener, por ahora, que sólo existe un mundo (al menos relevante para nosotros), que es éste, y que lo podemos conocer con cierta seguridad usando el método científico.

Paulo Hernández

3 Comentarios
  • Filotecnóloga
    Publicado el 14:21h, 03 enero Responder

    Epistemología y Realidad juntas en una misma entrada, ¡interesante cuanto menos!
    Putnam estaba en contra del escepticismo epistemológico, el cual dice que el conocimiento depende del sujeto que conoce y no del objeto que es conocido, por eso llega a la conclusión de que el experimento del cerebro en la cubeta acabaría en incoherencia lingüística cuanto menos.
    El experimento de la cubeta, efectivamente se basó en el genio maligno de Descartes, y partió de Dancy, lo que yo me planteo es, si la realidad virtual en la que está inmerso el cerebro de la probeta fuera exactamente la misma de no estarlo, la posibilidad de ser un cerebro en una probeta aparecería en ambas situaciones.
    En mi opinión, el escepticismo epistemológico no es la solución, pero el experimento de la cubeta se queda un tanto incompleto
    Gracias por la curiosa entrada!

  • Jon
    Publicado el 01:15h, 09 enero Responder

    O incluso puede que, aparte de los estímulos típicos que recibe un cerebro en su cubeta, y de igual manera que es inducido con falsos estímulos externos a creer que sueña, come o respira, el cerebro de Putnam podría estar siendo inducido artificialmente desde el exterior, a pensar que dicha posibilidad resulta una incoherencia.
    Muy bueno lo de la silla

  • Kike
    Publicado el 23:39h, 11 octubre Responder

    Creo que habria que hacer una diferencia entre solipsismo y realidad virtual. En el primer caso hablamos de que todo lo que existe en realidad solo existe dentro de nuestras cabezas, y por tanto somos el unico ente que existe en el mundo y lo demas son imaginaciones, sueños o pensamientos nuestros.
    En el segundo caso la silla o lo que sea no «existe» en el sentido fisico usual que le damos sino que existe de otra forma en vaya usted a saber que memoria de algun tipo de que ordenador de algun tipo. Sin embargo, ya que el cerebro no tiene forma de saber si vive o no en una realidad virtual, la realidad virtual y la realidad (sea lo que sea lo que esto significa) son lo mismo.
    En el primer caso, el solipsismo esta muy bien teoricamente, pero no conozco a nadie que se tome el solipsismo de manera seria (es decir, llevandolo en la practica hasta sus ultimas consecuencias).

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