Importancia de la metáfora en la ciencia
Anunciar que esta vez quiero escribir sobre la figura de la metáfora puede hacer que algunos piensen que no voy a hablar sobre ciencia. Lo habitual suele ser encasillar a la metáfora en el cuadro de las figuras literarias, lo cual se ve como un tema «de letras» o de «humanidades». Amable lector, si eres de los que piensan así, lamento informarte de que no podrías estar más equivocado. Y quién sabe, quizá este breve texto contribuya a tender un puente entre dos mundos que mucha gente percibe como diametralmente opuestos (ciencias vs letras). En realidad no lo son, y una buena novela de ciencia-ficción puede ser un ejemplo de que una cosa no solo no riñe con la otra, sino que ambas pueden contenerse mutuamente.
La palabra metáfora viene del griego y significa algo así como «llevar más allá de» algo. Consiste en la identificación entre dos cosas, de forma que se aluda a una de ellas nombrando la otra. Es importante en Literatura, constituyendo una de las figuras literarias más bellas y provechosas, así como en Lingüística, donde es una de las vías de cambio semántico más comunes. También es usada en el psicoanálisis, a partir de Lacan, como una forma de manifestación del inconsciente, pero he dicho que quería hablar de ciencia y el psicoanálisis no lo es, tal como comentaba en la reseña de «El psicoanálisis, ¡vaya timo!».
Cuando el investigador descubre un fenómeno nuevo, es decir, cuando forma un nuevo concepto, necesita darle un nombre. Como una voz nueva no significa nada para los demás, tiene que recurrir al repertorio del lenguaje usadero, donde cada voz se encuentra ya adscrita a una significación. A fin de hacerse entender, elige la palabra cuyo usual sentido tenga alguna semejanza con la nueva significación. De esta manera, el término adquiere la nueva significación a través y por medio de la antigua, sin abandonarla. Esto es la metáfora.
José Ortega y Gasset, Las dos grandes metáforas.
La metáfora es una de las principales figuras que constituyen el llamado lenguaje figurado, que se opondría al literal y que ha venido siendo conceptualizado de dos maneras distintas según la corriente teórica dominante. Desde el llamado Objetivismo, se consideraba que el lenguaje figurado distorsionaba la realidad y que solo servía como embellecedor estético para la creación artística, siendo preferible el lenguaje literal, considerado más objetivo, transparente y cercano a la realidad. Las críticas de Lakoff a sus principales postulados dieron paso a una nueva teoría conceptual de la metáfora que, lejos de considerarla un mero ornamento estético cuyo único lugar fuera la poesía, reconoce que forma parte de nuestra realidad lingüística y que incluso va más allá de esta para convertirse en un fenómeno esencialmente conceptual que forma parte de nuestro propio sistema de pensamiento.
Debemos tener presente que todos usamos metáforas en la vida diaria en muy diversas ocasiones, a menudo sin darnos cuenta. Desde el enamorado que le dice a su amada que su sonrisa «ilumina» su vida, hasta esa calurosa tarde de verano en que nos quejamos del calor que hace diciendo que nos vamos a «abrasar» o «derretir», pasando por el desdichado que vive un «infierno» en su trabajo porque su jefe es un «ogro», o simplemente cada vez que llamamos a nuestra pareja «cielo» o a nuestro malvado enemigo «diablo», todos usamos metáforas más o menos elaboradas y de muchas clases en numerosas ocasiones. También cuando comparamos el conocimiento como un puzzle que hay que ir montando, por ejemplo cuando los científicos se preguntan «¿cómo encajan las piezas de esta teoría?», o cuando comparamos una discusión con una pelea, «atacando» los argumentos de nuestro interlocutor y «defendiendo» nuestra postura. En otro tipo de ejemplos, cuando tenemos un «bajón» o decimos que Fulanito está hecho un «toro», cuando algo es tan caro que «cuesta un ojo de la cara», o cuando decimos que nuestro coche «se queja», entre millones de ejemplos posibles, estamos haciendo uso, en mayor o menor medida, del lenguaje figurado. Tenemos tan interiorizado el uso de la metáfora que yo creo que no es posible escapar de él como vehículo de expresión.
La metáfora puede verse también como una manifestación de la capacidad de representación general que posee el ser humano. Piaget llamaba a esta capacidad genérica la función simbólica, refiriéndose a la capacidad de utilizar significantes para referirse a significados. El significante está en el lugar de la cosa a la que se refiere, designando ese significado, ya fuere un objeto, una situación o un acontecimiento. El uso de significantes diferenciados de los significados abre inmensas posibilidades al pensamiento y a la capacidad de actuar sobre la realidad, ya que el sujeto no tiene que actuar material o directamente sobre ella, sino que puede hacerlo simbólicamente, mentalmente, pudiendo construir representaciones o modelos complejos de la realidad. No cuesta imaginar cómo la posesión de un cerebro avanzado capaz de tales operaciones confiere una enorme ventaja adaptativa en la relación del ser humano con su entorno.
Pues bien, campos como el científico o el político, en tanto que actividades intelectuales humanas, no escapan tampoco a esta realidad. Por ejemplo, en Física se han usado muchas metáforas para describir los átomos. Esto es así debido a que realmente nadie había visto un átomo cuando se formuló el modelo, simplemente los físicos sabían que había «algo» y decidieron usar esas metáforas para hacerlo comprensible y estudiable. Cuando decían que los átomos eran como sistemas solares en miniatura, con un núcleo que ejerce las funciones de sol, y una serie de partículas (los electrones) describiendo órbitas a su alrededor, no pensaban que los átomos fuesen realmente así. Es algo similar a lo que hablábamos de los modelos animales en la investigación científica. Newton utilizó la metáfora de la «atracción» entre personas al explicar el movimiento de unas masas hacia otras, al que más tarde denominó gravedad.
También Darwin usa una metáfora cuando utiliza la imagen del árbol como forma de pensar en la evolución, o cuando compara la «selección natural» con la cría o selección artificial de animales, convirtiendo a la naturaleza en un agente personal capaz de «seleccionar» a los más aptos, si bien ambos tipos de selección hacen referencia a la misma idea básica: la mera perpetuación de los cambios o características más adecuados, a los intereses humanos en un caso, o a las particulares condiciones de cada medio en el otro (la única diferencia entre ambos es la presencia o ausencia de intencionalidad). El biólogo Richard Dawkins emplea la metáfora de los planos del arquitecto en su ensayo El gen egoísta (un título asimismo metafórico) para explicarnos los fundamentos de la Genética de una manera gráfica y sencilla, haciéndonos imaginar nuestra dotación cromosómica como una gran biblioteca en donde los cromosomas serían los libros y los genes serían las páginas que los constituyen.
También cuando nos referimos a los virus, esas minúsculas entidades en la frontera de la vida, como «piratas» o «secuestradores» celulares; asimismo, expresiones como «el código de la vida» o «el manual de instrucciones» son metáforas que han tratado de capturar la complejidad de la molécula de ADN desde que Watson y Crick descubrieran su estructura en 1953, y es posible que hayan proporcionado también una excusa a los defensores del Diseño Inteligente para intentar demostrar su propuesta interpretando literalmente esta metáfora, convirtiendo al ADN en un «lenguaje de programación» que requiere la existencia de un programador inteligente. Incluso el estudio de la genética se sirve de una metáfora lingüística cuando se dice, por ejemplo, que las secuencias de ADN contienen «letras» y «signos de puntuación», que estas secuencias pueden ser «palindrómicas», «carentes de significado» o «sinónimas», que se pueden «transcribir» y «traducir» y que incluso se pueden almacenar en «bibliotecas».
Las metáforas más exitosas en la historia de la ciencia han sido las llamadas metáforas mecanicistas, que son aquellas en las que se compara la mente, o cualquier otro objeto de estudio, con una máquina. Descartes estableció una analogía entre los cuerpos vivos y los autómatas con mecanismo de relojería. Es habitual hablar de la «maquinaria celular» en Biología. Cuando nos vamos a la Psicología y a las ciencias sociales, las metáforas se vuelven aún más imprescindibles, especialmente al abordar el estudio de la conciencia, que es algo a lo que sólo nos podemos referir con metáforas, esto es, identificándola con un modelo que nos sirva para hacernos una idea de cómo creemos que es y funciona. Las emociones fueron para algunos la parte animal del ser humano, para otros una respuesta fisiológica, otros las entendían en términos de fuerza o energía vital. Según la metáfora del pegamento, la conciencia actuaría como una especie de pegamento que aglutina y da coherencia a la ingente cantidad de información que llega continuamente al cerebro. La memoria fue explicada como un fósforo, capaz de retener la luz y luego volver a emitirla, como un espejo o una cámara fotográfica, y luego como un ordenador. En el estudio de la atención existen las metáforas del foco de luz, la de la lente zoom y la de los recursos que deben ser distribuidos. La inteligencia tampoco se aborda de la misma manera cuando se hace desde la metáfora biológica, que la considera en términos de un cerebro eficiente, que desde la computacional, que la equipara al complejo funcionamiento interno de un ordenador, o la antropológica, que la estudia en términos de valores y relativismo cultural.
Cada una de esas metáforas ha conllevado muchas veces desarrollos teóricos muy diferentes. Es necesario entender que la creatividad en el uso de las metáforas está condicionado por el estado general del conocimiento y los referentes disponibles en cada momento histórico. En cualquier caso, simplemente son formas de visualizar en nuestra mente algo que no podemos mostrar literalmente. Los objetivistas pensaban que había que proteger a los dominios político y científico de la influencia de la metáfora, argumentando que el discurso político debería ser directo y alejarse de la «mentira poética» para evitar la manipulación, así como el discurso científico debería ser objetivo, sin emplear un lenguaje que distorsione la verdad, pero, desde el punto de vista actual de la Lingüística Cognitiva, nos topamos con la realidad lingüística de no poder prescindir del lenguaje figurado. No obstante, esto no representa ningún problema, pues la metáfora cumple dos importantes funciones en el discurso científico, de gran valor para la enseñanza y la investigación científicas: explicar y sugerir. Es verdad que cabría preguntarnos si un enunciado metafórico es menos verdadero que uno literal, pues a menudo las correspondencias que se establecen no reflejan de un modo exacto la realidad que se pretende explicar:
Comparar al cerebro con una máquina no es una metáfora del todo acertada: la máquina remite a un mecanismo de relojería mientras que el cerebro es una materia en constante cambio, no es algo inmutable. Cambia y evoluciona a lo largo de las especies y a lo largo de la vida de una persona. También circula otra idea errónea que lo equipara a una computadora: como que el cerebro es un hardware y después viene la mente que viene a ser el software. Por el contrario, la mente es el cerebro y eso funciona todo junto, no hay una mente más allá del cerebro. Aquí no aplica esa idea quizá psicoanalítica según la cual hay algo más allá.
Alejandra Folgarait, Historias del cerebro
Y sin embargo es necesario. Si alguien entiende mejor la importancia de esto seguramente sea la gente dedicada a la docencia. Es imprescindible auxiliarnos de analogías para explicar e incluso para explicarnos el mundo, porque cuando atendemos a las explicaciones del profesor, lo que está ocurriendo en realidad es que estamos «imaginando», esto es, creando imágenes por medio de las cuales representamos lo que el profesor nos está diciendo (podemos considerarlas metáforas visuales), y a lo mejor lo que nos representamos es diferente de lo que en realidad nos están contando, porque tenemos que interpretar lo que dice y vamos a hacerlo en términos de lo que ya conocemos (o creemos conocer, sea verdad o mentira), combinando la información nueva con la que ya poseemos de maneras tan diferentes como personas hay, cada una según sus experiencias previas y exploración personal del mundo.
La función explicativa o pedagógica es, por tanto, necesaria para hacer accesibles ciertas ideas complejas que serían difíciles de expresar o entender si nos atuviéramos a la literalidad más estricta. Se sacrifica exactitud para ganar accesibilidad y, si se escoge la metáfora adecuada, puede que también interés del público receptor. Las metáforas pueden tener también un valor heurístico, sirviendo de inspiración para idear nuevas hipótesis o teorías, o exegético, permitiendo ilustrar de forma gráfica y sintética la naturaleza de una teoría. A medida que se profundiza en el estudio, se va tomando conciencia de los límites de las analogías empleadas. Un ejemplo de que las metáforas son útiles como herramienta de trabajo lo proporciona la generalización de la informática. Cuando los ordenadores se introdujeron en el trabajo diario de buena parte de la población mundial, recurrimos a metáforas de un entorno más conocido, el de una oficina, para poder acceder más fácilmente a la nueva realidad informática, y así, el usuario ve un «escritorio» con archivos tratados como «documentos» que se organizan en «carpetas» y se pueden tirar a la «papelera». Por su parte, la metáfora del «virus» nos permite entender que hay programas que hacen que el ordenador no funcione correctamente, sin necesidad de conocer los entresijos físicos y electrónicos subyacentes.
Resumiendo, la metáfora puede ser usada o abusada, puede ser una forma de expresar una nueva idea o una forma de conocer nuevas ideas. En todo caso, la metáfora es algo más que un adorno. Nos es tan esencial para pensar como el cuerpo lo es para sentir, y además es bella. ¿Qué más se puede pedir?
(Alberto Moradillo Martín, «El afilador de monedas»).
Referencias y obras de interés:
La metáfora, ensayos transdisciplinares; Fondo de Cultura Económica, 2000. Capítulo 6 («Las metáforas y la ciencia»).
Teoría lingüística: Métodos, herramientas y paradigmas; VVAA, 2ª edición, Ramón Areces 2012, págs 138-140 («Objetivismo, Experiencialismo y lenguaje») y 178-185 («El lenguaje metafórico en el discurso científico y político»).
El rompecabezas del cerebro: la conciencia, libro gratuito del Grupo de Investigación de la Universidad de Granada. Capítulo 11 («Las metáforas de la conciencia»).
«El afilador de monedas», Alberto Moradillo.
«De cerebros, genes y metáforas de la ciencia», Antonio Fernández-Rañada para Diario La Razón, 12-11-1998.
«Diferencias y similitudes entre el cerebro y los ordenadores». Enrique Noé, director de Investigación del Servicio de Daño Cerebral y Neurorehabilitación de Hospitales NISA, explica, en un corto vídeo para la revista Muy Interesante, las diferencias existentes entre el funcionamiento del cerebro y el de los ordenadores.
Técnico de laboratorio de diagnóstico clínico.
Oscar
Publicado el 17:06h, 28 octubreGenial entrada compañero. No puedo mas que felicitarte por la cantidad de información y ejemplos bien traídos que has puesto.
Sin duda la metáfora es como lo adornos de un decorado, muy pocos hacen que no sea decorado, pero demasiados hacen que sea recargado.
Yo particularmente, dedicado a medias a la ciencia y la docencia, no entiendo una explicación sin metáfora, no me siento cómodo explicando las cosas con sórdidos términos, me parece imposible que se entienda algo porque como bien has dicho, nuestra mente funciona a base de metáforas, de imaginar y relacionar cosas ya conocidas, de… si así lo quieres, llevar mas allá de la explicación a nuestra mente.
Felicidades, me ha gustado mucho.
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