Día mundial de la lucha contra el SIDA

Hoy, como cada 1 de diciembre, se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA. Se estima que en el mundo hay alrededor de 34 millones de personas infectadas por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), de las cuales solo la mitad han sido diagnosticadas y 8 millones se encuentran en tratamiento. A estas cifras, que ya de por sí dicen mucho de la situación actual en la que nos encontramos frente al VIH, hay que añadir 2,5 millones de nuevos casos en el último año y 1,7 millones de muertes en este mismo período.

El VIH es un virus perteneciente al género de los Lentivirus dentro de la familia de los Retroviridae, es decir, es un retrovirus que posee RNA como carga genética y que se caracteriza por su largo período de latencia en el ser humano antes de que aparezca el cuadro clínico que caracteriza a la infección: el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).

Así pues, VIH y SIDA son dos conceptos diferentes pero relacionados que, común y erróneamente, suelen emplearse como sinónimos. Una persona que ha entrado en contacto con el VIH y se ha infectado, tardará muchos años en desarrollar el estado de inmunodeficiencia requerido para que reciba la denominación de SIDA. Tanto es así que, en muchos casos, la persona infectada por VIH que tiene acceso al tratamiento y por lo tanto bien controlada su enfermedad, no llega a desarrollar nunca este estado, cronificando la infección.

Cuando el VIH entra en el cuerpo humano, su diana es el linfocito T CD4, una célula inmunitaria que se encarga de detectar agentes extraños que entran en el organismo y activar la respuesta de defensa frente a los mismos.

Estructura del VIH
Fuente: NIAID

El VIH presenta unas proteínas en su envoltura (gp120 y gp41) que interaccionan con el linfocito T CD4 para permitir la entrada del virus en ésta célula, inactivando su función normal. En este momento, el virus libera una serie de enzimas que permiten el paso de RNA a DNA, que se integrará como parte del DNA normal del linfocito. Dentro de esta célula, el virus es invisible para el resto del sistema inmunitario, por lo que podrá permanecer allí y replicarse sin que el organismo pueda defenderse correctamente.

Por supuesto, no todos los linfocitos del cuerpo son infectados por el VIH, lo que permite que sí que se observen ciertos mecanismos de defensa, como la generación de anticuerpos por parte de los linfocitos B, que nos permiten realizar las pruebas serológicas conocidas como test rápidos para valorar si una persona ha estado o no en contacto con el virus.

Conforme el virus se replica, aumenta otro parámetro analítico que se conoce como carga viral, que permitirá valorar la eficacia del tratamiento. El aumento de la carga viral, es decir, del número de virus que el individuo presenta, ocasiona una pérdida progresiva de linfocitos T CD4, que poco a poco van siendo destruidos en un intento de acabar con el virus que contiene. La disminución de los linfocitos T CD4 es la que propicia la aparición de infecciones «raras» en individuos sanos como la neumonía por Pneumocystis jiroveci o la aparición de neoplasias como el sarcoma de Kaposi. Estas patologías secundarias a la disminución de la inmunidad celular marcan el inicio del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida.

El VIH es un virus que se transmite de tres maneras: sexual, parenteral y vertical.

La transmisión parenteral fue una de las primeras vías de contagio, ya que al no disponer de métodos para la detección del virus en sangre, resultaba imposible determinar si en una transfusión sanguínea se estaba inoculando el VIH. En la actualidad, el contagio por transfusión ya está erradicado. Sin embargo, la transmisión entre adictos a drogas por vía parenteral permitió que el virus se expandiera rápidamente entre la población (el VIH dura poco tiempo expuesto al aire pero el suficiente para que compartir agujas sea una vía importante de contagio), generando una auténtica epidemia en la década de los 80.

La transmisión vertical, es decir, de madre a hijo durante el embarazo, parto o lactancia, se ha reducido a niveles insignificantes en los enfermos tratados, pero en aquellas mujeres que, o bien no son conscientes de su infección o no tienen acceso a un tratamiento efectivo y quedan embarazadas, la probabilidad de que el niño recién nacido tenga la enfermedad es muy alta.

La transmisión sexual ha sido siempre y todavía lo sigue siendo, la vía más importante de contagio del VIH. Sin embargo, evitarlo es tan fácil como utilizar un preservativo. Durante los primeros años, la enfermedad estaba prácticamente restringida a los Hombres que tienen Sexo con Hombres (HSH), ya que esa población no utilizaba preservativos de forma habitual, hasta el punto de considerarse una enfermedad exclusiva de los HSH. Transcurrieron unos años hasta se empezaron a ver casos en mujeres de forma habitual, tumbándose muchos mitos entorno al virus (se llegó a hablar incluso de castigo divino a las prácticas homosexuales). Afortunadamente, con el paso de los años los programas de prevención consiguieron que se tomara conciencia entre los HSH y el preservativo se comenzó a utilizar de forma habitual debido al miedo a padecer esta enfermedad, que por aquel entonces era mortal. Estos programas de prevención y fomento de la salud sexual siguen siendo hoy en día una herramienta fundamental en el control de la infección, por lo que se intenta que alcancen a toda la población viva en el entorno de desarrollo económico o cultural que viva.

Gracias a las terapias actuales la enfermedad es crónica y ha perdido gran parte del estigma social, por lo que se le está perdiendo el miedo y se utiliza menos el preservativo (sobre todo la gente joven que no ha vivido los efectos mortales de la epidemia y no tiene conciencia de la gravedad de la infección). Por todo esto la población que actualmente presenta una mayor incidencia de infección es la heterosexual. No hemos hablado de las mujeres que se acuestan con mujeres porque la prevalencia es baja, pero tanto el coito anal como vaginal y las felaciones permiten la transmisión del virus.

Como ya hemos comentado, la infección por VIH es una enfermedad crónica incurable con unas consideraciones particulares diferentes del resto de infecciones. Es por ello que una detección temprana y eficaz de la infección resulta fundamental para un mejor pronóstico en el enfermo.

Todos conocemos la nomenclatura de «seropositivo-seronegativo» o «tengo anticuerpos», este dato se obtiene de la serología, que es la prueba que se realiza de cribado, es decir, cuando no sabemos si una persona esta infectada pero es importante saberlo porque esta embarazada, tiene una profesión de riesgo o ha tenido varios contactos de riesgo. La serología consiste en analizar la sangre buscando la presencia de anticuerpos específicos contra el VIH. La positividad de esta prueba indica que  ha habido contacto con el virus.

Cada vez se intenta extender más la realización de test rápidos entre los grupos de alto riesgo de contagio (HSH, personal sanitario, drogodependientes…), estando esta tarea sobre todo en manos de ONGs y organizaciones privadas que ofrecen a estas personas realizarse la prueba de forma completamente confidencial y en un entorno libre de prejuicios. Estos test rápidos se basan en una RT-PCR (reacción en cadena de la polimerasa en tiempo real), detecta la presencia de material genético del virus en una muestra que frecuentemente es sanguínea, aunque también son válidos otros líquidos corporales.

Actualmente, se considera que un enfermo de VIH debe comenzar tratamiento antirretroviral cuando presenta linfocitos T CD4 por debajo de 500 o una carga viral muy elevada. Según el autor, las cifras a partir de las cuales se debe iniciar tratamiento varían en función de diferentes parámetros adicionales, como la presencia de enfermedades acompañantes.

En un primer momento, la infección por VIH y su progresión a la inmunodeficiencia adquirida supuso un gran problema terapéutico al no disponer de ninguna terapia realmente efectiva para hacer frente al virus.

En 1987, en plena epidemia de infecciones por VIH, salieron al mercado los primeros fármacos antirretrovirales, que eran inhibidores nucleósidos de la transcriptasa inversa (INTI). Diez años más tarde, en 1997, apareció una nueva línea de antirretrovirales, esta vez inhibidores no nucleósidos de la transcriptasa inversa (INNTI). Estos dos grupos de fármacos impiden la replicación del virus bloqueando una proteína principal del proceso (transcriptasa inversa) y constituyen la base del Tratamiento Antirretroviral de Gran Actividad (TARGA), que es el que actualmente se emplea para hacer frente a la infección por VIH y que ha logrado hacer de ella una enfermedad crónica, y que consiste en la combinación de tres fármacos: un INTI, un INNTI y un inhibidor de la proteasa (otra proteína que participa en la replicación del virus).

La combinación de varios fármacos que se deben tomar diariamente y los molestos efectos secundarios, hacen complicado que el paciente mantenga una correcta adherencia al tratamiento, es decir, que siga completamente la pauta marcada por el médico. Para solucionar este problema, en mayo de 2012 la FDA (Food & Drug Administration) aprobó para su uso en EEUU un nuevo fármaco que incluye en una sola pastilla diaria todo el Tratamiento Antirretroviral de Gran Actividad, mostrando la misma efectividad que otras pautas más complejas.

El futuro inmediato del tratamiento del VIH se presenta en forma de «vacuna terapéutica», que se encuentra en desarrollo en estos momentos dentro del proyecto HIVACAT y que está dirigido por investigadores españoles. Esta «vacuna» busca la erradicación del virus en personas ya infectadas, de forma que, si bien no otorga inmunidad a un individuo sano, permitirá controlar la infección al eliminar el virus que se encuentre en estado latente dentro de las células y no sea accesible mediante fármacos (los fármacos solo son efectivos si el virus se está replicando) en aquellas personas que se encuentren infectadas.

A día de hoy, el principal problema en el control de la infección por VIH es el elevado coste  económico que impide que la terapia antirretroviral sea accesible a todas aquellas personas infectadas, ya que un correcto tratamiento disminuiría bruscamente la incidencia de contagios y, por tanto, ayudaría a encauzar una futura erradicación de la infección. A la espera de lograr este gran objetivo, el mejor control pasa por la prevención, por lo que conocer las vías de contagio del virus para poder evitar prácticas de riesgo y fomentar la realización de las pruebas de diagnóstico precoz en aquellos grupos más expuestos, es tan importante como invertir en el desarrollo de nuevas terapias que algún día logren la curación de la enfermedad.

Carlos Andrés David

Carlos Andrés David estudia medicina en la Universitat de Lleida, siempre ha mostrado interés en hablar sobre lo que la mayoría no sabemos de nosotros mismos, de la máquina que nos mueve, por simplificar y hacer accesible al público general un conocimiento mayoritariamente reservado a profesionales. Es autor del blog de divulgación  Ciencia Inquieta.

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