El cerebro adicto


Fumadero de opio en China

Cuando hablamos de adicciones nos referimos a una conducta tóxica, reforzada, de la que no se puede prescindir, que se mantiene en el tiempo. Por lo general, el foco de la misma suele ser una droga de abuso o una conducta que perjudica la salud y el bienestar del individuo. Existen multitud de factores que pueden incrementar el riesgo de que una persona desarrolle una adicción, tanto ambientales (es el caso del entorno familiar negativo, con abusos a drogas previos, un nivel socioeconómico bajo o poco nivel cultural) como biológicos (por ejemplo la genética o problemas psiquiátricos como depresión, esquizofrenia o altos niveles de ansiedad). Sin embargo, en todos los casos, un cerebro adicto sufrirá una serie de modificaciones de las que hablaremos a continuación.

Para entender este proceso es necesario empezar por el denominado “sistema de recompensa”, también conocido como «sistema del placer». Diversas partes de nuestro cerebro, como son el núcleo accumbens (NAc) y la corteza prefrontal (CPF) integran este sistema que se activa al exponerse a un estímulo que denominamos “reforzador”, generando una sensación de recompensa. Este estímulo puede ser algo tan diverso como la comida, un juego, música o el sexo. De este modo, el sistema nos impulsa a buscar la gratificación mediante una “conducta motivada”, por ejemplo comer en el caso del alimento. Afortunadamente, cualquier cerebro sano posee mecanismos de control de conducta, integrados en el sistema de placer, gracias a los cuales podemos evitar dejarnos arrastrar por las tentaciones.      

Rutas de la dopamina (azul) y de la serotonina (rojo).

Y entonces, ¿cómo se genera la adicción? Hagamos aquí un pequeño inciso para hablar de las drogas. Estas son sustancias que se caracterizan por alterar el estado normal de un organismo. Muchas se usan como medicamentos y cuando afectan al sistema nervioso central generan un efecto psicotrópico, modificando la conducta. En este caso actúan sobre el sistema de recompensa como reforzadores, con la particularidad de que su consumo libera mucha más dopamina en el NAc que otros reforzadores naturales. Esta zona es la responsable de la sensación de placer y de motivación de búsqueda, y la dopamina es uno de los principales neurotransmisores (moléculas que las neuronas utilizan para comunicarse entre sí) implicados en el sistema, aunque no el único.

Los problemas llegan cuando el sistema del placer se ve repetidamente sobreexpuesto a estos reforzadores por un exceso de estimulación: se producen modificaciones en el núcleo accumbens que producen tolerancia al estímulo. Generalmente las drogas afectan a los receptores y mecanismos transportadores de los neurotransmisores presentes en las neuronas, y en el caso del desarrollo de una adicción se producen alteraciones permanentes en estos, siendo necesaria una mayor cantidad para mantener la sensación de recompensa, a la vez que deja de responder a reforzadores naturales, como la comida. El adicto necesita más droga para sentirse gratificado, y ya no disfruta con los “pequeños placeres de la vida”, hasta el punto en que a veces se olvida de comer.

Otra zona del sistema de recompensa, involucrada en el control del mismo, y que sufre modificaciones cuando se sufre una adicción, es la corteza prefrontal. Esta parte del cerebro es, entre otras cosas, responsable del control de conducta. Los cambios que se producen en esta área implican que los afectados realicen elecciones impulsivas para obtener su sustancia reforzadora aún a sabiendas de que les perjudicará a largo plazo. De este modo, con tal de lograr su dosis, los adictos pueden mostrar comportamientos que pueden afectar negativamente a sus relaciones familiares, su trabajo y otros muchos aspectos de la vida.

Modelo de la molécula de la dopamina, uno de los principales neurotransmisores implicados en el sistema de recompensa.

Estas modificaciones no sólo afectan al sistema de recompensa. Nuestro cerebro también dispone de un sistema de castigo, integrado con el sistema de recompensa, que se activa ante la exposición a estímulos desagradables. Así como en un cerebro sano el sistema de recompensa nos ayuda a identificar las cosas que nos resultan buenas, el sistema de castigo nos ayuda a identificar lo que nos perjudica y nos impulsa a evitarlo. En el adicto, este sistema se ve alterado de forma que, tras un tiempo sin consumir la sustancia, se produce el síndrome de abstinencia (lo que se conoce popularmente como «el mono»), con síntomas como temblores, sudor, aumento del pulso, etcétera, que en los casos más extremos puede incluso desencadenar la muerte. En este caso el estímulo actuará como un “reforzador negativo”, de modo que al tomar la droga se calman los síntomas (la palabra «negativo» aquí indica que el estímulo tiene el efecto de anular los síntomas). Así pues, el adicto empezará a consumir no ya para obtener placer, sino para evitar el “castigo” que siente cuando lleva demasiado tiempo sin la sustancia. Debido a esto, uno de los principales problemas en los casos de adicción es el riesgo de recaída, que perdura a lo largo de toda la vida del paciente, incluso después de haber dejado de consumir la sustancia tóxica. De ahí la importancia de evitar exposiciones a situaciones que le recuerden la época de consumo.

Aunque a lo largo del artículo hayamos hecho referencia a las drogas, esta clase de alteraciones también pueden producirse en relación a determinadas conductas, en cuyo caso hablamos de adicciones psicológicas. Un ejemplo muy conocido es el de la ludopatía, o adicción al juego. De hecho, muchos juegos están diseñados expresamente para proporcionar con cierta frecuencia pequeñas recompensas o estímulos satisfactorios al jugador, que sacian la sensación negativa y aumentan las expectativas, logrando “engancharle” aunque el premio gordo sea muy difícil o casi imposible de ganar. Aunque esto por sí mismo no implica una adicción, sí es posible que algunas personas acaben desarrollando la enfermedad y se conviertan en ludópatas.

En definitiva, aunque en el pasado se ha considerado a los adictos personas sin fuerza de voluntad o de moral cuestionable, hoy sabemos que la adicción es una enfermedad crónica que afecta al cerebro. La neurociencia y otras ramas de las ciencias de la salud, aunque son insuficientes para tener una visión completa de este trastorno, nos permiten comprender cómo funciona a nivel fisiológico y buscar tratamientos más eficaces, que puedan ayudar a mejorar la calidad de vida de los adictos, o a impedir que se formen nuevos.

Gerardo Costea

Divka Rojic

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