El mundo de Wittgenstein

Ludwig Wittgenstein (1889-1951) fue un filósofo e ingeniero aeronáutico. Su pensamiento desencadenó directamente el nacimiento de la filosofía del lenguaje estricta, la filosofía de la ciencia y contribuyó al terreno de la lógica moderna de manera apabullante. Algunos lo consideran un genio. Sin duda, tuvo episodios vitales extravagantes o curiosos que definen a la perfección su peculiar personalidad. Entre otras cosas, fue jardinero en un convento, enfermero voluntario, profesor de una escuela perdida en las montañas, habitante de una cabaña en los fiordos noruegos tras la muerte de su padre y artillero en la Primera Guerra Mundial. De hecho, en combate fue capturado por soldados italianos y en el campo de prisioneros no dejó de escribir sus pensamientos en unas libretas como había hecho durante toda la guerra; planteamientos que constituirían más adelante el famoso Tractatus logico-philosophicus (publicado en alemán en 1921 y en inglés en 1922).

El Tractatus, más que una mera obra más de filosofía, es la historia de una gran ambición. Produjo un impacto cataclísmico a principios y mediados del siglo XX, que sorprendió incluso a Bertrand Russell. Fue todo un terremoto en el mundo filosófico, sobre todo en el anglosajón. En sus breves páginas, Wittgenstein, entre otras cosas, ofrece una reflexión sobre las condiciones de representación (esto es, qué hace posible que una representación sea tal), siguiendo un viejo proyecto de Kant. La estructura del libro, que es el único que se publicó en vida del filósofo, es curiosa porque se compone de una serie de aforismos. Los principales son siete, desde el primero, «El mundo es todo lo que acaece» (Die Welt ist alles, was der Fall ist) hasta «Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio» (Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen). A esos aforismos principales le corresponde una serie de aforismos derivados que buscan aclararlos y precisarlos o añadir matices. Uno de los rasgos destacables del Tractatus es que Wittgenstein habla en numerosas ocasiones de multitud de conceptos, pero apenas los define con completa nitidez. Por eso ni los especialistas en esta obra se ponen de acuerdo en qué quería decir el autor con algunas frases, incluyendo las más elementales. Por tanto, aquí lo único que puedo hacer es bosquejar algunas consideraciones generales sobre este libro para intentar acercarlo al interés del gran público.

El mundo para Wittgenstein es el conjunto de todos los hechos, la totalidad de lo que acaece u ocurre. Un hecho está constituido por objetos en ciertas condiciones, relacionándose entre sí. Un ejemplo de hecho podría ser la proposición (el enunciado) «la nieve cae» pero no «la nieve» o «cae» por separado. Asimismo, los hechos pueden ser simples o complejos. Los simples se forman por la combinación entre objetos, y los complejos por la combinación de hechos simples. Esto recuerda en buena medida al empirismo de David Hume y sus ideas simples y complejas. Wittgenstein nos cuenta que los hechos se encadenarían como los eslabones de una cadena, es decir, directamente y sin ningún intermediario que establezca el encadenamiento. De esta manera se evita que tengamos que dar cuenta de cómo se combina la propia mediación y no tendría mucho sentido.

Antes decía que en el Tractatus hay pocas definiciones claras y distintas, que zanjen cualquier discusión al respecto por la vía de la lógica. Más bien hay una serie de interpretaciones de lo que Wittgenstein quería decir de lo más variadas y, en ocasiones, hasta exóticas y atrevidas. Por ejemplo, podríamos interpretar el concepto de objeto de una manera lógica (y no pensar que un objeto podría ser una entidad física concreta, por ejemplo, un átomo o una mesa): como posibilidades de combinación con otros objetos. La clave es la palabra «posibilidad» . Así, un hecho sería una suerte de actualización de una de esas posibilidades de combinación de los objetos. Para ponerlo con un ejemplo gráfico, podemos imaginar que los hechos sean como bombillas que se encienden y apagan, definiendo así una situación total del mundo. Es decir, el objeto no sería la mesa concreta, sino la posibilidad de que la mesa esté debajo, arriba o demás respecto a otras cosas.

El punto más importante del Tractatus es su teoría de las representaciones. Wittgenstein entiende que una proposición es una parte del mundo que representa a otras partes del mundo. Representar algo significa que A tiene la misma forma lógica que B, y este pensador lo lleva más allá: una proposición sobre un hecho es como una pintura exacta de ese hecho. Las proposiciones con sentido como «la nieve cae» tienen la misma forma lógica que el hecho que representa. Así pues, en el Tractatus hay una relación isomórfica entre hechos, proposiciones y pensamientos porque comparten la misma estructura lógica. La principal consecuencia de este aserto no es baladí y supone una de las tesis más ambiciosas del libro: conocer la estructura lógica del lenguaje equivale a conocer la estructura lógica del mundo. Es, por decirlo de alguna manera, como la teoría del todo de la lógica y la filosofía.

Otra cuestión singular es la relación que aparece en el Tractatus entre el mundo y el sujeto. El mundo de los felices es distinto del mundo de los infelices, y cuando una persona muere el mundo (su mundo) perece con ella. Ahí late un solipsismo, es decir, la idea de que no podemos estar seguros de la existencia de otros «yoes», sino solo del nuestro. Tendría sentido la existencia de un lenguaje privado, individual y formal que diera cuenta del mundo y que quería independiente de convenciones sociales intersubjetivas, lenguajes naturales particulares y demás. 

Pero todo este bello y abstracto edificio conceptual acarrea una serie de problemas. Entre ellos, el bucle de la representación. Si tenemos cosas que representan a otras, tendríamos representaciones R que representan representaciones R’ y ad infinitum. Pero la representación de la representación como tal no puede ser representada porque está más allá del marco de lo representado. Esas metarepresentaciones estarían, por tanto, fuera del mundo y podrían darle sentido. También los propios límites del mundo estarían fuera del mundo y el mismo Tractatus no tendría sentido porque sus proposiciones y aforismos no representan nada. ¿Para qué sirve, pues, el Tractatus? Wittgenstein contesta que es como una escalera hacia lo alto que una vez usada hay que desechar. Pero para nada el Tractatus es una aventura vana. En él aparecen por primera vez las tablas de verdad tal y como las entendemos hoy en día y son usadas en lógica de primer orden, el significado de las constantes lógicas, y la idea de que las conectivas lógicas (como «si…entonces») no tienen significado. El Tractatus fue un buen fertilizante para todos los trabajos lógicos posteriores, así como de las corrientes filosóficas más interesantes del momento, como el positivismo lógico.

Después de esta obra, Wittgenstein permaneció varios años en silencio, quizá haciendo caso a su propio aforismo número siete. Tomaba notas en una serie de cuadernos y plasmaba reflexiones que derrumbarían algunas de las ideas nucleares del Tractatus. Ello conllevaría la transición del primer Wittgenstein al segundo. El Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas dejó de lado el formalismo metafísico del Tractatus y se centró en la indagación acerca de los juegos de lenguaje y del significado como uso en la vida diaria, en el mundo ordinario de los seres humanos y sus sociedades. Ya hablaremos de eso en otra ocasión.

 Paulo Hernández

2 Comentarios
  • Bitacoras.com
    Publicado el 17:03h, 06 enero Responder

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    Publicado el 12:14h, 04 febrero Responder

    […] Paulo Hernández 6 de enero de 2012  Artículo original en:  https://www.hablandodeciencia.com/articulos/2012/01/06/el-mundo-de-wittgenstein/ […]

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