Etiquetando el mundo para conocerlo mejor

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etiquetasHablar bien de las etiquetas en un mundo lleno de prejuicios y estereotipos de toda índole como es el nuestro puede parecer poco correcto o deseable en un principio. El discurso que pretende prevenirnos de los perjuicios del estereotipo y nos conmina a huir de las etiquetas, a no encasillar a las personas, a no juzgarlas en base a unos pocos aspectos a menudo superficiales y a ir más allá de esa extraña superficie para descubrir las semejanzas que nos unen y hallar un espacio de encuentro donde comprender las diferencias que nos separan, está presente en muchos lugares que todos visitamos con frecuencia. No es mi intención criticar este discurso, pero no está de más recordar que las etiquetas son igualmente necesarias para conocer el mundo que nos rodea, por lo que más que «huir de las etiquetas», yo propongo que etiquetemos con más acierto o con mejor criterio, porque en mi opinión, el problema no está en etiquetar, sino en hacerlo mal o siguiendo criterios poco adecuados en algunos casos.

 

Clasificar es organizar el ambiente

Entendemos por clasificación, categorización o etiquetaje cualquier procedimiento utilizado para construir agrupaciones, clases o categorías y para asignar elementos a dichas categorías en base a atributos o relaciones comunes. La clasificación está presente en casi todas nuestras actividades. Cuando acudimos a la sección de frutería del supermercado para comprar manzanas, cuando situamos a un artista en una corriente de estilo determinada, cuando ordenamos los libros de la estantería por temática, cuando se diagnostica una depresión por el conjunto de síntomas que presenta el paciente, cuando clasificamos una ballena como mamífero y, por supuesto, cuando clasificamos a las personas en distintos grupos (los parientes, los amigos, los españoles, los futbolistas, los científicos, etc).

También cuando hablamos o aprendemos un idioma estamos haciendo uso de la categorización, pues es inherente a la propia estructura de las lenguas. Pensemos que estas poseen una estructura gramatical que en sí misma es también una forma de categorización lingüística. De hecho, la relación entre la categorización y el lenguaje es muy estrecha, como se irá viendo a lo largo de este artículo. Otro ejemplo de tipo lingüístico que está relacionado con la categorización podría ser la metáfora, de la que ya hablamos aquí, en el sentido de que juega con las categorías creando agrupaciones nuevas y creativas.

Y por supuesto, la clasificación es muy necesaria, además de característica, en la ciencia. Ejemplos típicos de clasificaciones científicas relativamente populares podrían ser la tabla periódica de los elementos, la taxonomía linneana de los seres vivos, la escala de seísmos de Richter o de Mercalli, la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS, o quizá también la clasificación de Strunz de los minerales por su composición química o la escala de huracanes de Saffir-Simpson. La clasificación está en el corazón de toda ciencia porque sin alguna ordenación o etiquetación de los objetos, fenómenos o experiencias, los investigadores serían incapaces de comunicarse entre sí y el conocimiento no avanzaría, ya que cada uno desarrollaría su propia ciencia personal, la cual no sería aplicable más allá de su propia experiencia.

En biología, la asignación de entidades a una categoría del sistema de clasificación se denomina identificación y la taxonomía estudia los principios y métodos utilizados en la construcción de un sistema clasificatorio, así como las reglas de identificación de las entidades. Cuando las entidades a clasificar son enfermedades o trastornos, como ocurre en medicina y psicopatología, entonces se habla de nosología y el proceso de identificación se conoce como diagnóstico. Pero estas y otras clasificaciones no son más que casos particulares de un proceso más amplio de categorización natural mediante el cual los seres humanos organizamos el ambiente externo para construir una visión coherente del mundo que nos rodea.

Lejos de ser un mero artificio, la clasificación está en el origen mismo de cualquier intento de comprender la realidad y no nos podemos librar de ella porque, de hecho, conocemos el mundo a través de ella. La categorización constituye uno de los procesos básicos del funcionamiento cognitivo por medio del cual las personas reconocen y clasifican su entorno, organizándolo en clases. Mediante ella ordenamos los elementos del ambiente y nos relacionamos de manera provechosa con él al limitar el número y la complejidad de los estímulos apreciables, centrándonos en lo más relevante en cada momento en función de determinados criterios, o en lo que nos llama la atención en función de determinados aspectos o características. El lector podrá aquí suponer acertadamente que estos criterios de selección pueden variar en función de diversos factores como el contexto sociocultural o la experiencia del observador.

Categorización y memoria semántica

Aún no se conoce exactamente cómo está estructurada la información en la memoria, y específicamente en la memoria semántica, existiendo diferentes enfoques y modelos teóricos al respecto, pero se sabe que está organizada de alguna manera, de lo contrario no podríamos responder con rapidez a preguntas sobre este tipo de contenidos. La memoria semántica es la que almacena conceptos, datos, ideas, símbolos y asociaciones que forman nuestro conocimiento del mundo, conocimientos que no están relacionados con experiencias o acontecimientos específicos, no están vinculados al contexto de adquisición y son necesarios para el uso del lenguaje. Estos conceptos se organizan en la memoria semántica en categorías, agrupándose en función de ciertas relaciones de semejanza, si bien aún existe un importante debate sobre de qué manera se produce exactamente esta agrupación o qué criterios concretos de semejanza guían el proceso, existiendo varios modelos teóricos con distinto grado de apoyo y validez.

Tampoco se sabe con exactitud dónde se localizaría de forma precisa la memoria semántica, existiendo autores que opinan que la memoria semántica se corresponde con los mismos sistemas cerebrales que sustentan la memoria episódica, al fin y al cabo ambas conforman la denominada memoria explícita o declarativa (englobando a todos los recuerdos de hechos y eventos específicos que pueden ser evocados de manera consciente), y se ubicaría en los lóbulos temporales y sus conexiones con la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, así como núcleos del tálamo que funcionan como estación intermedia entre la corteza frontal y la temporal. Otros autores excluyen el hipocampo y ubican la memoria semántica en la corteza temporal.

memoria

La imagen A ilustra la postura de una memoria semántica ubicada en los lóbulos temporales. La imagen B ilustra la memoria episódica, cuyos sistemas serían compartidos también por la memoria semántica según algunos autores. Imágenes tomadas de Budson y Price (2005).

Algunos otros autores, en cambio, piensan que la memoria semántica no tendría una localización concreta, sino que estaría repartida por diferentes sistemas cerebrales al implicar diferentes tipos de información (la información sobre propiedades visuales de un determinado concepto estarían en la corteza visual, la de las características auditivas en la corteza auditiva, etc). En cualquier caso, el protagonismo de los lóbulos temporales es bastante evidente y nos ilustra anatómicamente la estrecha relación existente entre la memoria semántica y el lenguaje que habíamos mencionado, pues aquí se ubican algunas áreas relevantes para este último, como el área de Wernicke y las áreas auditivas primaria, secundaria y de asociación.

Funciones de la categorización

La categorización cumple importantes funciones en el sujeto que explora y conoce el medio. Facilita la codificación al simplificar la información a manejar, así como la memorización y la evocación de la información, al estructurarla jerárquicamente en términos del conocimiento que ya se posee. Si nos piden que recordemos una lista de palabras muy diferentes entre sí, probablemente las agrupemos por categorías y estas mismas categorías las usemos como ayuda luego para el recuerdo de las palabras. La categorización supone además un importante ahorro cognitivo que previene la sobrecarga de información en el sistema de procesamiento, permite hacer inferencias, juicios y predicciones y facilita la comunicación al permitir el desarrollo de un marco lingüístico compartido.

Aunque cada experiencia es en cierto modo única, los seres humanos no actuamos en función de cada una de esas experiencias, sino que parece que extraemos aquello que pueden tener en común. Así, por ejemplo, aunque hayamos tenido muchas experiencias con distintos tipos de manzanas, solemos agrupar todas esas experiencias bajo la categoría «manzana». Esta categorización favorece la economía cognitiva en el sentido de que extrae la máxima información relevante posible con el mínimo esfuerzo cognitivo, y las categorías generadas constituyen además los cimientos o estructuras a partir de las cuales seguimos clasificando el ambiente.

La agrupación de las experiencias particulares en clases ofrece también la posibilidad de inferir más información de la que haya sido presentada en una situación determinada, de forma que podemos aplicarla a nuevos ejemplares de la categoría en función de las propiedades comunes que ya conocemos de otros ejemplares de la misma clase. Así, mediante esta inducción categórica, podemos inferir o esperar que un concepto particular que no conocemos tenga determinadas características propias de su categoría. Por ejemplo, aunque no conozcamos una variedad particular de manzana, podemos esperar que presente ciertas propiedades típicas del concepto o categoría «manzana», como que sea más o menos esférica, sea comestible, tenga piel y sea el fruto de un árbol.

Categorizamos para sobrevivir más que para conocer

Aunque conocemos el mundo por medio de nuestros sentidos, construimos el conocimiento que tenemos de él en nuestro cerebro, un órgano que no por ser extraordinario se libra de poseer ciertas limitaciones. Las evidencias disponibles provenientes de la investigación de procesos básicos como la atención, la percepción, la memoria o el aprendizaje constatan una y otra vez la existencia de una capacidad limitada en el procesamiento de la información que va a constituir nuestro conocimiento del mundo, en todos los ámbitos: desde los estímulos a los que prestamos atención y a los que no, hasta los que luego podremos recordar y los que no, sin olvidar los numerosos sesgos de razonamiento que podemos cometer sin darnos cuenta.

Esto es así porque el cerebro no está ahí para conocerlo absolutamente todo, sino para coordinar las funciones y acciones de un organismo en su lucha por la supervivencia. Para ello, es obvio que necesita conocer su entorno, pero no necesita conocerlo todo. Basta con que conozca lo necesario para sobrevivir, lo cual implica aprender a clasificar rápidamente el mundo en categorías fáciles y útiles, como amigos o enemigos, nutritivo o venenoso, agradable o desagradable, etc. Cuando conocer el medio no es el propósito en sí sino más bien un medio para conseguir un fin diferente, que es la supervivencia, quizá se comprende más fácilmente que ese conocimiento del medio sea imperfecto, esté limitado o parezca estar más preferentemente dirigido hacia determinado tipo de estímulos sobre otros.

Naturalmente, los seres humanos somos unos animales capaces de una gran abstracción intelectual, con una increíble capacidad de aprendizaje y unas impresionantes dotes analíticas, lo que quizá amplía mucho el rango y tipo de información que somos capaces de manejar o tener en cuenta, pero el sistema fundamental sobre el que se asientan estas capacidades al final es el mismo y probablemente sea una característica inherente al funcionamiento de las redes neuronales. Y pese a sus limitaciones, somos testigos de los increíbles avances científico-técnicos que ha vivido y de los que se ha beneficiado la Humanidad desde sus comienzos, enseñándonos quizá la importante lección de que no hace falta ser perfectos para lograr grandes cosas si trabajamos juntos lo suficiente.

La ordenación del mundo en clases o categorías no solo es un ejercicio que podemos realizar con fines didácticos, sino que también es el modo mismo en el que construimos y expresamos buena parte de nuestro conocimiento, y por eso decía al principio que más que huir de las etiquetas, lo que debemos hacer es etiquetar adecuadamente, porque es imposible prescindir de ellas. Incluso cuando una persona odia a un determinado colectivo por un estereotipo negativo y después, tras suficientes experiencias positivas con algunos de sus miembros, cambia poco a poco su opinión inicial por una más neutra o positiva, no ha prescindido de etiquetas, sino que las ha modificado (de «enemigos» o «extraños» a «amigos» o «normales», por ejemplo).

Categorización social y estereotipos

Lo que comentaba como ejemplo en el párrafo anterior ocurre porque no solo categorizamos objetos o datos abstractos, sino que también categorizamos a las personas, y esto es tanto un proceso implicado en la formación y mantenimiento de los estereotipos como el medio a través del cual construimos nuestra identidad social y percibimos de manera más sencilla la realidad social. La categorización social lleva a que se produzcan distinciones entre los grupos debido a que los individuos se perciben como pertenecientes a categorías diferentes.

Sin embargo, la categorización social presenta ciertas particularidades. Tendemos a valorar más positivamente a los miembros del grupo o categoría en la que nosotros mismos nos incluimos (endogrupo) y más negativamente a los que no lo están (exogrupo). De hecho, según los psicólogos evolucionistas, el mero hecho de clasificar a otros como miembros del endogrupo o del exogrupo activa circuitos cerebrales o programas de toma de decisiones diferentes, de forma que los procesos cognitivos que se activan cuando clasificamos a alguien como miembro del exogrupo dan lugar a categorizaciones más globales, abstractas y negativas, mientras que las categorizaciones endrogrupales suelen ser más positivas y tienen en cuenta un mayor número de matices.

Afortunadamente, las categorizaciones que hacemos son flexibles y sensibles al contexto, de forma que pueden ser modificadas por la experiencia. Volviendo al ejemplo de la persona que cambia de opinión tras conocer mejor al grupo que antes le producía aversión, lo que ha sucedido aquí realmente es una modificación de la etiqueta o categoría que de hecho constituye una estrategia de resolución de conflictos entre grupos conocida en psicología social como recategorización (crear una nueva categoría que englobe conjuntamente a los sujetos de ambos «bandos» para que puedan percibirse como miembros del mismo grupo).

No podemos librarnos de las etiquetas, pero sí podemos buscar la manera de que esto no represente un problema si nos esforzamos en construir etiquetas adecuadas, más inclusivas que excluyentes, resaltando las semejanzas y limando la aspereza de las diferencias.

Roberto Prada

Referencias y bibliografía:

  • Budson, A. E. & Price, B. H. (2005). Memory dysfunction. New England Journal of Medicine, 352:692-699.
  • Gómez Jiménez, A. (2009). Autonconcepto e identidad social. En Gaviria Stewart, E., Cuadrado Guirado, I & López Saez, M (Eds), Introducción a la psicología social. Madrid: Sanz y Torres.
  • González Labra, M. J. (2012). Inducción categórica. En González Labra, M. J., Psicología del pensamiento. Madrid: Sanz y Torres.
  • Lemos, Serafín. (2008). Clasificación y diagnóstico en psicopatología. En Belloch, A., Sandín, B. & Ramos, F. (Eds), Manual de psicopatología, volumen 1. Madrid: McGraw-Hill.
  • Molero Alonso, F. (2009). Procesos grupales y relaciones intergrupales. En Gaviria Stewart, E., Cuadrado Guirado, I & López Saez, M (Eds), Introducción a la psicología social. Madrid: Sanz y Torres.
1 Comment
  • Bitacoras.com
    Publicado el 02:19h, 15 julio Responder

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