La vida, la muerte, el universo y todo lo demás

Paulo-Firma

Llamamos «nuestra vida» a un efímero chispazo de luz entre larguísimas temporadas de oscuridad. Antes de «nuestra vida», elSeti1a universo había existido durante unos 13.700 millones de años, así que aparecemos cuando ya está todo hecho y en acción. Nuestra existencia es posible gracias a procesos o leyes naturales como la evolución, la gravedad que permite la formación de nuestro planeta y del Sol tal y como son, o la fusión nuclear de las estrellas, en cuyo interior se cuecen los elementos químicos que nos componen íntimamente. Asimismo,  cuando desaparezcamos todas las demás cosas seguirán su curso, indiferentes, miles de millones de años más, en una eterna expansión. Y ahí, a medias, somos arrojados a un mundo extraño, curioso y repleto de fenómenos que en principio no comprendemos. Podíamos haber nacido en la ciudad de Atenas de hace dos mil cuatrocientos años, en la Florencia del Renacimiento o en una ruda caverna del Paleolítico. Pero simplemente estamos aquí y ahora, en alguna comunidad de un particular estado-nación y en lo que llamamos la Era Contemporánea. Y desde esa atalaya, no otra, nos hemos empeñado en entender a un cosmos que parece absolutamente ajeno a nuestros anhelos; a lo que denominamos «nuestra condición humana».

Brain_chrischanDesde que somos pequeños aprendemos un par de cosas. Por ejemplo, que somos humanos y a veces conviene detenernos a pensar qué demonios significa eso. Porque sí, implica mucho ser humano y no una piedra, un roble u otro animal, pero no porque el ser humano sea absolutamente diferente o tenga una esencia mágica o divina, sino porque tiene características muy desarrolladas interesantes, como también lo son la trompa del elefante o el sonar de los murciélagos. En el caso de los humanos y a otro nivel en un par de mamíferos, creemos tener un «yo» con cierta seguridad. El «yo» de nuestra identidad, el «yo» en el que nos reconocemos como seres únicos. De hecho, ese «yo» somos nosotros y equivale a lo que pensamos, lo que somos y lo que recordamos. Sin embargo, nuestro «yo» es frágil y no parece que sea eterno. No tenemos razones para pensar que el funcionamiento de nuestro «yo» trasciende las leyes de la física y la esfera de lo bioquímico. Dicho de otra manera: no tenemos argumentos ni datos sólidos para creer que nuestra mente no es un fenómeno natural. Incluso hoy por hoy se debate si realmente tenemos libre albedrío, o si nuestra mente no será más bien una especie de ilusión que genera la impresión de un «yo» y de unidad en un organismo multicelular y complejo como somos nosotros. 

También meditamos sobre cuestiones más elevadas, como el origen y el sentido del mismo universo. Como animales tentados por el pensamiento teleológico (atribuir fines a todo), consideramos que algo tuvo que provocar el Big Bang, que tuvo que existir alguna razón para que todo existiera. Un famoso filósofo y matemático, Leibniz, solía preguntarse por qué existe algo y no más bien la nada. ¿A alguien se le ocurre una pregunta mayor, más poderosa, más increíble? ¿Por qué existe algo y no más bien la nada? Si bien esta cuestión produjo tremendos debates, hoy vivimos en la época de la mecánica cuántica y podríamos aventurar una respuesta que vaya más allá del papel y de lo que unas palabras dicen sobre otras palabras: ¿Y por qué suponemos que tiene que haber un porqué? Si el origen del universo es un fenómeno cuántico es muy plausible que no tenga ninguna causa, ninguna razón del mismo sentido en el que suponemos que una bola de billar ha caído en un hoyo de la mesa porque algo la ha empujado. Quizá nuestra pregunta sea absurda, como si nos preguntáramos si un paramecio votaría por los progresistas o por los conservadores.

Como vemos, el universo ha sido y es un inmenso enigma (el único gran enigma) por el que nos sentimos interpelados. La inmensidad del todo sigue ahí, presente ante nosotros, casi velada hasta que emprendemos la ardua tarea de dialogar con la naturaleza, de sonsacarle sus secretos mejor guardados. No se trata de una conversación aséptica ni pasiva, en la que recibimos los hechos desnudos de manera automática en nuestra cabeza, sino que ya tenemos hipótesis e ideas preconcebidas sobre lo que nos podemos encontrar, si es que lo encontramos finalmente. Este reto tiene algo de quijotesco porque significa donar a las generaciones venideras un conocimiento mayor que el que nos legaron las generaciones anteriores, en la esperanza de que los seres humanos del futuro conocerán más y mejor la naturaleza de las cosas y, quizá, algún día conquisten las estrellas.

Paulo Hernández

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