Los problemas de la historia de la ciencia

Uno de los retos más titánicos del oficio de historiador es evitar los amenazantes y omnipresentes anacronismos. Al hacer historia de la ciencia, especialmente, es muy difícil extirpar los sesgos y prejuicios actuales que tenemos interiorizados de los hechos pretéritos, pues al examinar teorías antiguas ya sabemos qué teorías ganaron y cuáles perdieron y pasaron al vertedero de la historia. Vamos deambulando por ahí con un vasto bagaje de filosofía popular; es decir, aunque no hayamos leído en nuestra vida un libro de Aristóteles nuestra cultura ya se ha encargado de inyectarnos determinadas maneras de mirar el mundo que vienen rodando de nuestra tradición y que no hemos inventado individualmente. Así, a la hora de confrontarnos al pensamiento de un personaje antiguo no podemos saludarlo con las manos desnudas porque percibimos lo que dos mil años de diálogo intelectual y de comentaristas han dicho de él antes que las propias ideas originales del sujeto. Esta mirada presentista del pasado impide una visión correcta y entender a nuestros antepasados tal y como ellos se entendieron a si mismos, si esto fuera posible.

El prejuicio presentista prolifera, sobre todo (y esto es autocrítica), en algunas obras de divulgación e incluso el mismo Carl Sagan cae en él varias veces en su célebre Cosmos. Estoy pensando, por ejemplo, en la habitual descripción de la historia de la ciencia en el mundo griego. Es frecuente que se vea a los mal llamados «presocráticos» jónicos como básicamente unos científicos en el sentido moderno y desencantado, o a los atomistas como unos claros avanzados a su tiempo que desafortunadamente fueron ignorados porque Platón y Aristóteles se ganaron por «medios ilegítimos» la gracia de la musa Clío. No obstante, se pasa por alto que Tales de Mileto, por ejemplo, dijo cosas como «todo está lleno de lo divino» (o «de dioses») o que la peculiar cosmología de Demócrito y Leucipo implicaba la imposibilidad de la astronomía como ciencia (y que, además, sus doctrinas atomistas están a varios miles de pársecs de distancia del modelo atómico de Bohr).

Asimismo, se contrapone un supuesto «empirismo» jónico al «misticismo» de los pitagóricos, aunque no nos planteamos seriamente que quizá los pitagóricos eran más racionales que los jónicos para un griego. De hecho, no tenemos en cuenta que, como ha dejado muy claro Larry Laudan, por racionalidad se han entendido cuestiones muy distintas a lo largo del tiempo. Los valores epistémicos (los valores que guían y sustentan a lo que en cada época se ha denominado «ciencia») han sufrido transformaciones radicales. ¿Podemos acaso traducir el Logos griego en términos de racionalidad moderna? Personalmente, lo dudo. En este punto es necesario reconocer que entre el pensamiento griego (y la «ciencia» griega) y el nuestro hay un abismo y que las simplificaciones de manual generan muchas paradojas. 

Y es que la historia normalmente no es un relato de héroes y villanos ni tampoco nuestros ancestros eran tan tontos como solemos pensar. La disciplina de la historia es radicalmente distinta del reino del mito y la literatura porque busca la verdad y no la verosimilitud. Por tanto, el historiador de la ciencia debería huir de los cuentos edulcorados y de las hagiografías como de la peste e intentar presentar los sucesos históricos en su toda su complejidad, evitando reduccionismos. Un buen ejemplo de hagiografía en el género histórico es la biografía de Alejandro Magno de Mary Renault, en donde dibuja al rey macedonio como una especie de ejemplar repleto de virtudes e intenta justificar constantemente sus «presuntos» defectos y malos actos. Esa lectura angelical de las grandes figuras no es rara en la historia de la ciencia menos elaborada. Pero, por supuesto, todo es siempre mucho más complicado de lo que parece. No se pueden entender las luces sin tener en cuenta la naturaleza de las sombras en una biografía. Es más, el conocimiento de las sombras genera una épica mucho más real porque es posible apreciar al personaje en su dimensión amplia y poliédrica.

Naturalmente, el gusto por los retratos dulzones en lugar de por la historia real podría responder a la afición que tenemos por buscar precedentes intelectuales de nuestras propias posiciones y enaltecerlos retrospectivamente. Al fin y al cabo, si nosotros tenemos razón habrá sido gracias a ellos y, por consiguiente, ellos tenían también cierto grado de razón. La cuestión es que así no podemos entender nada. Algunas cosmovisiones antiguas que nos parecen hoy correctas fueron rechazadas por cosmovisiones hegemónicas opuestas (que consideramos inadecuadas o disparatadas) por razones muy lógicas dentro de la racionalidad de la época. Eso hace necesario un análisis más cuidadoso y erudito y, por encima de todas las cosas, leer más lenta y respetuosamente a los antiguos.

Paulo Hernández

Este post participa en la II Edición del Carnaval de Humanidades alojado por @scariosHR en el Blog LEET MI Explain
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