Por la consiliencia entre ciencias y humanidades

Todo estudiante de bachillerato o de educación preparatoria para la universidad conoce la clásica división entre ciencias y letras. En los planes de estudio, las ciencias naturales y las matemáticas están por un lado y las letras y las artes por otro. Así, es posible acabar el bachillerato desconociendo totalmente los hitos centrales de la historia del arte o cuestiones de matemáticas avanzadas y de bioquímica. ¿Por qué es esto así?  ¿Tiene alguna razón especial de ser? 

A veces nos parece una separación obvia y natural, pues de manera intuitiva pensamos que el ser humano y lo que le rodea son elementos de estudio de una inmensa complejidad, así que no los podemos estudiar del mismo modo que a una piedra o que la trayectoria de un móvil por el espacio. Se requiere, creemos, métodos diferentes para analizar especímenes tan diversos. Pero lo cierto es que la dicotomía entre humanidades y ciencias es muy reciente. De hecho, no hay constancia de su existencia en la historia de las ideas hasta aproximadamente principios del siglo XIX. No creo que sea adecuado considerar que el enfrentamiento entre platónicos (o racionalistas) y aristotélicos (o empiristas) forma parte de esa distinción: normalmente esas discusiones filosóficas no afectaban de manera profunda a las disciplinas académicas establecidas en las universidades (que, por cierto, pretendían justamente enseñar en teoría la universalidad del conocimiento)

Hasta entonces, el conocimiento era el conocimiento y punto. Dentro del término “conocimiento” había un considerable mejunje y se incluían alegremente “hechos” que hoy consideramos muy dudosos o inexistentes. Había un gran número de escuelas científico-filosóficas que conformaban lo que Thomas Kuhn llamaba el período preparadigmático de la ciencia. Vistas de manera individual, las ciencias no avanzaban demasiado en su investigación de sus parcelas de conocimiento y todavía estaban entremezcladas con creencias como la astrología o el esoterismo, que serían definitivamente excluidas en la ciencia moderna. No obstante, ya a caballo entre los siglos XVII y XVIII la comunidad científica todavía estaba consolidándose como tal, sobre todo a través de las grandes sociedades científicas (como la Royal Society) e institutos especializados como la muy posterior École polytechnique francesa. Muchas ciencias establecieron entonces su forma moderna, como la sofisticada química de Lavoisier. También las universidades estaban sufriendo una gran serie de cambios y reajustes, que se intensificarían luego, a lo largo del siglo XIX con la extensión de los efectos de la Revolución industrial y las nuevas demandas tanto de la sociedad como del inevitable aumento de especialización de la ciencia. Cada vez era más improbable el ideal renacentista del hombre que sabía de todo, hacía de todo y encima tenía sensibilidad artística. Si en la Edad Media un erudito podía decir, literalmente, que conocía todo el saber de su época, ahora empezaba a ser absolutamente imposible.

La palabra scientist (científico en inglés) comenzó a ser usada a partir de la década de 1830 por el influyente científico británico y pionero en la filosofía de la ciencia William Whewell. Ahora los investigadores de los secretos del cosmos ya no serían filósofos naturales o physikoi, como se les conocía desde la Antigua Grecia, sino científicos. Asimismo, un científico ya no era considerado como un aficionado o un autodidacta que indagaba en varios campos del saber a la vez sino, por ejemplo, como un físico, un químico o un ingeniero profesional. Hay que tener en cuenta que hasta mediados del siglo XIX, las asignaturas de ciencias naturales solían tener una presencia pobre incluso en las mejores universidades del mundo. Darwin se quejaba de la inutilidad de su aprendizaje en Cambridge, donde en general se enseñaba teología, cultura clásica y matemáticas para gentlemen. La formación de Darwin como geólogo y naturalista fue en buena medida autodidacta, así como la de otros importantes científicos de la época. Pero esa era había acabado para siempre.

Con la aparición del gremio profesional de los científicos y de la comunidad científica (unida bajo sus métodos, sus revistas de publicación especializada y sus asociaciones), se fortaleció la frontera entre el ámbito de lo mensurable de las ciencias experimentales y lo humanístico. Tuvo lugar el inicio de las hostilidades entre los científicos y los humanistas. Eso se ve claramente en la figura de Wilhelm Dilthey, que frente el auge de la psicología y la fisiología experimental, de raíces mecanicistas, tomó partido por lo que él llamó las «ciencias espirituales» (nuestras humanidades) y declaró que la vida humana no podía ser entendida por el método de las ciencias naturales por su insondable profundidad y la imposible atomización o separación de los hechos vitales del hombre. Esto es un reflejo singular de una tendencia muy popular. Muchos humanistas percibían como una amenaza la «mecanización» de la vida que, según ellos, habían provocado Newton, los materialistas ilustrados como el Barón de Holbach o La Mettrie (para quien el hombre era una máquina) o Laplace. Desde el Romanticismo hubo una reacción ante esto e incluso se propuso la tesis de que el mundo era como un organismo complejo (y no como un reloj) y que no todo era divisible y analizable bajo el escrutinio empírico. El universo tenía sus misterios eternos y era de muy mal gusto estético desvelar el enigma del arcoiris. Estos particulares humanistas no combatían otra cosa que una de las últimas fases del desencantamiento secular, es decir, el aniquilamiento o la indiferencia de la ciencia experimental ante entidades o fuerzas sobrenaturales y metafísicas y también ante la visión de la existencia del ser humano (ahora un trozo de materia más), que eran muy valoradas y tenidas en cuenta en otras épocas. En cierto modo, es lo que Nietzsche llamó «la muerte de Dios».

Hoy por hoy, el conflicto o el «pique» entre ciencias y letras persiste y es bien conocido a nivel popular. Por otra parte, también en nuestro tiempo ha triunfado el criterio de utilidad del conocimiento: otorgar validez a una disciplina si «sirve» para algo práctico. Ese criterio despegó desde mediados del siglo XIX junto con la especialización de las ciencias naturales, aunque ya tiene sus semillas en el filósofo del siglo XVII Francis Bacon. Tiene su relevancia porque la división de trabajo y la profesionalización en cada campo es hoy enorme (por necesidades prácticas, sobre todo) incluso en el ámbito humanístico. Si abundamos en una caricatura del «pique» actual entre ciencias y letras encontramos a gente de ciencias naturales diciendo que las humanidades no sirven para nada o que son inexactas y a humanistas clamando que los científicos todo lo conciben como números y que hay cosas que no son medibles. Personalmente, creo que esta polémica es absurda en muchos de sus puntos. Otra cuestión más interesante es el debate acerca de la metodología en ciencias sociales y las ciencias naturales o sobre qué es conocimiento y qué es arte.

Creo que desde hace un tiempo viene siendo necesario un encuentro fructífero entre humanistas y científicos naturales. Me gusta bastante el concepto que popularizó Edward O. Wilson de consiliencia: que el conocimiento que obtenemos a través de las ciencias sociales y las humanidades sea consistente o «consiliente» con el de las ciencias naturales, como la biología, a fin de generar un espacio de explicación y un lenguaje comunes. Eso no implica, necesariamente, una unificación del conocimiento científico de raigambre fisicalista, es decir, reducir todo el conocimiento a física fundamental. Una unificación ya se intentó en su momento bajo ciertos presupuestos y, por su carga de utopismo, fracasó. Lo que podemos hacer, en cualquier caso, es establecer un diálogo fuerte, tendiendo disciplinas puente como las que ya existen (las ciencias cognitivas, la psicología experimental, la neurolingüística, la antropología evolutiva, la economía conductual, la neuroantropología, la neurofilosofía, etc.), o bien usando métodos o ideas provechosas sin importar su procedencia. No en vano, una de las principales inspiraciones de la teoría de la evolución por selección natural de Darwin fue la (fallida) teoría demográfica de Malthus. Si lo que buscamos es la generación de explicaciones en el sentido más amplio posible, creo que no nos queda otro remedio. Si los humanistas queremos salir de la caverna platónica del desconocimiento del mundo real y queremos decir algo relevante sobre el hombre, no podemos ignorar lo que dice la biología sobre nosotros. A fin de cuentas, somos animales efímeros y materiales y no seres intrínsecamente especiales que no puedan ser abordados por el método científico. 

«Sin los instrumentos y el conocimiento acumulado de las ciencias naturales -física, química y biología- los seres humanos viven atrapados en la prisión del conocimiento. Son como peces muy inteligentes nacidos en una piscina profunda y oscura. Siempre preguntándose y siempre nerviosos, intentando salir, piensan sobre el mundo que hay fuera. Inventan especulaciones ingeniosas y crean mitos acerca del origen de las aguas que les rodean, el sol, y el cielo y las estrellas por encima de ellos, buscando además el significado de su existencia. Pero están equivocados, siempre equivocados, porque el mundo esta muy lejos de la experiencia y el pensamiento corriente para ni siquiera poder ser imaginado». 

Edward O. Wilson. Consiliencia: la unidad del conocimiento.

Paulo Hernández 

Este post participa en la I Edición del Carnaval de Humanidades,  alojado en el blog Carnaval de Humanidades 

15 Comentarios
  • albertomgandara
    Publicado el 11:05h, 07 septiembre Responder

    Me ha gustado mucho, solo una cosa, para que veas: no solo a las disciplinas de humanidades se les achaca que no sirven para nada, mucha gente (demasiada), cuando dices que estudias física, biología, geología, química, o que eres físico, biólogo, químico, geólogo te pregunta el ya mitiquísimo «y eso para qué sirve», parece que solo las «carreras aplicadas» se salvan, y no todas.

    • paulohernandez
      Publicado el 00:26h, 08 septiembre Responder

      Me alegro de que te haya gustado, Alberto. Muchas gracias. Es muy cierto lo que cuentas. También existe un cierto (y muy grave) desprecio hacia disciplinas de ciencias puras. Incluso he visto a alguien despotricando alguna vez de la utilidad de alguna que otra ciencia aplicada, lo que es ya impresionante. La cuestión, claro, es que el criterio de utilidad -un criterio también muy restringido y arbitrario en ocasiones- es fortísimo y eso es muy difícil de corregir. Pero vale la pena intentarlo. ¡Saludos!

  • Pingback:Por la consiliencia entre ciencias y humanidades
    Publicado el 11:57h, 07 septiembre Responder

    […] Por la consiliencia entre ciencias y humanidades http://www.hablandodeciencia.com/articulos/2012/09/07/por-la-con…  por acausapie hace nada […]

  • Ununcuadio
    Publicado el 13:33h, 07 septiembre Responder

    Gracias por este magnífico resumen!!!, solo añadiría la irrupción de la teoría física del caos como «destrucción» de la visión mecanicista de Laplace, y punto de encuentro entre Oriente y Occidente

    • paulohernandez
      Publicado el 00:43h, 08 septiembre Responder

      Muchas gracias, Ununcuadio. 🙂 La ciencia del siglo XX abandonó la cosmovisión newtoniana por la relativista de Einstein y por la de la física cuántica. Pero a pesar de todo, en nuestro macromundo, el mundo de tamaño «normal» (para nosotros) Newton sigue siendo muy útil. Creo que se podría hablar largo y tendido sobre qué ha sido del mecanicismo laplaciano y si hemos pasado a otra cosa o no.

      • Ununcuadio
        Publicado el 17:09h, 08 septiembre Responder

        Me encantaría que hablaras del mecaniscismo laplaciano y si lo hemos superado o no. Nombré la teoría del caos, porque así la explicaba mi profesor de física de la carrera: frente al «dadme un punto y os predeciré todo» o algo así de Laplace, tenemos que los datos se comportan caóticamente, dentro de un desorden ordenado… Muy interesante el libro de James Gleick sobre la teoría del caos, igual te gusta 😉

        • paulohernandez
          Publicado el 17:09h, 09 septiembre Responder

          Lo del mecanicismo laplaciano sería un buen motivo para un post. Y una oportunidad para seguir exponiendo algo más sobre la historia de las ideas. Me apunto la referencia del libro. Me interesa leer algo de ese tipo, porque conozco muy poco de matemáticas de sistemas dinámicos y complejos. ¡Muchas gracias por la recomendación!

  • Carnaval Humanidades
    Publicado el 14:14h, 07 septiembre Responder

    ¡Muchas gracias por participar desde una plataforma como esta! Un análisis histórico riguroso y lleno de anécdotas…

    • paulohernandez
      Publicado el 00:43h, 08 septiembre Responder

      ¡Muchas gracias! Es un honor participar en este interesante Carnaval.

  • Bitacoras.com
    Publicado el 16:26h, 07 septiembre Responder

    Información Bitacoras.com…
    Valora en Bitacoras.com: Todo estudiante de bachillerato o de educación preparatoria para la universidad conoce la clásica división entre ciencias y letras. En los planes de estudio, las ciencias naturales y las matemáticas están por un lado y las le…..

  • Gustavo Ariel Schwartz
    Publicado el 17:32h, 25 septiembre Responder

    Muy interesante y detallado resumen de las relaciones entre ciencias y humanidades. Sólo un par de comentarios: quizás valdría la pena mencionar el planteo de C.P. Snow sobre las dos culturas, que constituye un poco el paradigma de esta división entre disciplinas. El otro tema es: ojo cuando pones «…o sobre qué es conocimiento y qué es arte.», el arte ES una forma de conocimiento. Si te interesa, estamos trabajando en temas de hibridación (o mestizaje) entre Arte, Ciencia y Humanismo (www.mestizajes.es). Muchos éxitos con el Blog!

    • paulohernandez
      Publicado el 19:35h, 26 septiembre Responder

      Muchas gracias, Gustavo. Conocía a C. P. Snow: de hecho estaría parcialmente de acuerdo con su planteamiento de una «tercera cultura» que sintetice ciencias y humanidades de alguna manera. Respecto a si el arte es una forma de conocimiento (o sea, que podemos conseguir información nueva a partir del arte) yo creo que es debatible, pero a mí me parece que el arte o la gran mayoría de lo considerado «arte» pretende más bien causar sensaciones y pensamientos subjetivos. ¿Es eso conocimiento? Lo podríamos hablar. En cuanto a la web y al proyecto, pues sí, me interesa bastante. Espero que vaya bien porque es una idea muy buena. ¡Gracias por pasarte por aquí y comentar!

  • Ununcuadio
    Publicado el 17:39h, 31 enero Responder

    ¿Podrías pasarme la referencia de la obra de E. O. Wilson sobre la consiliencia? Me interesa mucho el tema 😉

    • paulohernandez
      Publicado el 20:53h, 02 febrero Responder

      Muy buenas, Ununcuadio :):
      La referencia es su obra «Consiliencia: la unidad del conocimiento», publicada en Galaxia Gutenberg, 1999.

Publicar comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies