Simios sin pelo

El otro día hablábamos de los pelos, esas estructuras queratinizadas que tan características son de los mamíferos. Nosotros somos mamíferos, igualmente, y no cabe la menor duda viendo la fijación de muchos machos de nuestra especie por los apéndices mamarios de las hembras.
Pero aparte de tener mamas, como mamíferos también tenemos pelo. No mucho, por cierto, pero el suficiente para poder caracterizarnos como mamíferos sin ninguna duda.
Ahora bien, si comparamos nuestro cuerpo con el de nuestros parientes, los otros simios, hay unas cuantas diferencias que saltan a la vista; la primera es la postura bípeda, y la segunda la falta de pelo en muchas partes del cuerpo, y donde sí que hay pelo, éste es distinto. También está el detalle de una cabeza con cerebro más desarrollado, pero de eso no voy a tratar.
Se ha descrito al ser humano como un «mono desnudo», en el sentido de «sin pelo», y sobre ese asunto voy a tratar.
Para empezar, tenemos que situarnos en el África tropical, hace unos cuantos millones de años, cuando comenzó a abrirse una enorme grieta en el interior del continente. Esa grieta aún se sigue abriendo y ha dado lugar, en el norte, al Mar Rojo; en el sur es el Gran Rift, ese territorio plagado de volcanes, lagos y extrañas depresiones. Tan extrañas que parecen el fondo de un mar, aún por rellenar… Con el tiempo, la parte occidental de África se separará del resto como ya lo ha hecho la Península Arábiga.


En todo caso, ese proceso supuso cambios dramáticos en el clima. Donde antes había selvas frondosas, surgieron llanuras semidesérticas y sabanas, pobres en árboles.
Nuestros antepasados estaban acostumbrados a la selva y a los árboles. Es allí donde desarrollaron la visión frontal, en 3-D, tan útil para calcular los saltos entre ramas; y las manos prensiles, que sirven para saltar con eficacia. Incluso nuestros parientes simios, siendo ya algo grandes para andar colgando de rama en rama, aún preferían los árboles para vivir. Les alimentaban y les servían de protección, pues leones, leopardos y otros depredadores no pueden subirse a los árboles.
Pero ahora había menos árboles, y un grupo de simios decidió afrontar el reto de un nuevo nicho ecológico: la sabana. Por «decidir» no me refiero a que lo hicieran de forma voluntaria, por supuesto, pero por los motivos que fueran se vieron arrastrados a ese destino.
De los simios que prefirieron quedarse en la selva proceden chimpancés y bonobos, nuestros primos actuales más cercanos. De aquellos otros simios que optaron por los riesgos de la sabana, descienden los australopitecos y sus primos los humanos; es decir, nosotros.

Vamos a ver qué cambios tiene que sufrir el cuerpo de un simio para sobrevivir en la sabana. Lo primero, la postura bípeda; las hierbas esconden toda clase de peligros, como por ejemplo leones, y cuanto más se vea por encima de ellas, tanto mejor. Por lo tanto, quienes fueran capaces de ver por encima de las hierbas tenían más probabilidades de sobrevivir. Tenemos así un impulso evolutivo clarísimo para andar lo más erguidos posible, y, de paso, ser más altos. ¿El resultado? No tenemos más que comparar un esqueleto humano y el de un chimpancé…
Pero no bastaba con andar erguidos. Había que correr, lo más rápido posible. En la sabana, todos los animales corren, o se quedan quietos para confundirse con la hierba. Lo segundo no era factible para nuestros antepasados, así que se especializaron en lo primero.
Y es que realmente somos buenos corredores, pero de fondo. Pocos animales son capaces de mantener una carrera sostenida de varios kilómetros (hasta 40 ó 50, como saben los corredores de maratón). Usted dirá que un caballo o un guepardo nos dejan atrás fácilmente. Sí, pero ¡intente que el caballo se mantenga al galope 40 kilómetros! Morirá si no se le deja descansar.
Veamos como nuestro cuerpo está adaptado a la carrera. Primero, las piernas son más largas que los brazos, justo al revés que en los demás simios. Segundo, la postura bípeda nos permite dar largas zancadas. Tercero, la falta de pelo en la mayor parte del cuerpo. Y cuarto, la gran actividad del sistema refrigerador de la piel.
Sí, con el ejercicio intenso de la carrera, nuestro cuerpo genera calor, mucho calor, y ha de perderlo rápidamente para poder mantener la temperatura constante en torno a los 37ºC, como sabemos. Gracias a nuestro cuerpo desnudo, el calor se pierde a través de la piel con gran efectividad; la presencia de pelo es, por tanto, inoportuna. Y nuestros antepasados sin pelo tenían más facilidad para la carrera (y, por tanto, para sobrevivir), que los más peludos.
No sólo había que correr para huir de los depredadores. También había que hacerlo para cazar. Se supone que los primeros australopitecos y humanos eran carroñeros, aprovechando los restos abandonados por cazadores mejor dotados. Pero en algún momento, al disponer de armas relativamente eficaces, algunos han debido intentar la cacería, en vez de tener que esperar a que leones o hienas se quedaran ahítos con sus presas, dejando las sobras para los míseros humanos.
Sí, cazar está muy bien, pero las presas corren y hay que perseguirlas. Probablemente fue persiguiendo a los animales como nuestros antepasados desarrollaron la técnica de la carrera de fondo. Puede que un antílope sea más rápido, pero si se le persigue mucho tiempo terminará por cansarse; varios humanos cazando en equipo pueden capturarlo a base de que uno a uno lo vayan persiguiendo, relevándose en la persecución cuando estén agotados, y procurando que la carrera sea en círculo. Con una estrategia como esa, un grupo de humanos puede agotar a una presa y, cuando ya esté agotada, rematarla de un garrotazo. Eso sí, esperemos que no haya leones o hienas cerca que se aprovechen de nuestro trabajo, pero ¡así es la vida!
Dejemos de elucubrar sobre las técnicas de caza de nuestros antepasados y vamos a centrarnos en lo que ya conocemos. Y es la estructura de nuestra piel.
¿Qué tiene la piel humana de diferente de los demás simios? Pues pocos pelos, muchas glándulas sudoríparas y gran cantidad de capilares. Todas estas características nos permiten perder calor rápida y eficazmente, es decir que son adaptaciones al ejercicio intenso, como la carrera de fondo.
Los capilares actúan como un sistema de refrigeración. Cuando tenemos calor, la sangre se agolpa en los capilares de la piel, y gracias a eso perdemos calor por radiación; justo como lo hace el radiador de un coche, y por los mismos motivos. Lo cierto es que el número de capilares de la piel es mucho mayor del necesario simplemente para nutrir sus tejidos.
Para facilitar la pérdida de calor, sudamos. El sudor es agua en un 99%, y al evaporarse refresca la superficie en la que se encuentra. Un proceso debido al elevado calor latente del agua, y que es igualmente aprovechado en los clásicos botijos. Nuevamente, el número de glándulas sudoríparas cutáneas es alto, explicable sólo como adaptación a climas cálidos, y a ejercicio intenso.
Y si hablamos de calor, no cabe duda de que el pelo molesta. Así que ya tenemos un buen motivo para tener la piel descubierta de pelo.
Ahora bien, aunque poco sí que tenemos pelo, y éste se distribuye de forma irregular sobre el cuerpo; en especial en la cabeza. Algunos de los pelos de la cabeza tienen funciones evidentemente protectoras, como los que rodean al ojo: cejas y pestañas. Por cierto que las cejas impiden que el sudor de la frente caiga en los ojos, así que aquí de nuevo tenemos otra adaptación al calor.
El cabello es una peculiaridad de nuestra especie. Ningún otro simio posee esa cubierta de pelo tan largo, que sólo cubre la parte superior y trasera de nuestra cabeza. Probablemente, el cabello se haya desarrollado como consecuencia de la postura bípeda y la vida en la sabana: la cabeza erecta, bajo un sol inclemente, necesita protegerse. Nuestros antepasados probablemente desarrollaran una cabellera rizada, oscura y poblada para mantener una cámara de aire que mantuviera aislado el cráneo del sol. Exactamente el tipo de cabello que aún mantienen quienes viven en África.
Tal vez al abandonar el continente africano, el cabello rizado fuera más un engorro que una ventaja. Desde luego que lo es en el desierto arábigo, lugar por donde parece que pasaron los primeros humanos que dejaron atrás África. Así que aparecieron los cabellos lisos, siempre largos para mantener protegida la parte superior de la cabeza.
Mucho más tarde, otro grupo de humanos llegó a los fríos lugares del norte, y tuvieron que desarrollar mayor cantidad de pelo facial: las barbas y bigotes se hicieron pobladas, al menos en los hombres (tal vez porque eran los hombres quienes cazaban en los hielos).
Hay otro aspecto del pelo en la cabeza que quiero señalar, y es que se trata de un distintivo sexual. Los hombres tienden a tener más pelo en el cuerpo, excepto en el cráneo (sobre todo los de la raza caucásica); las mujeres, en cambio, tienen menos pelo en todo el cuerpo, salvo en el cráneo, donde tienen cabellos más largos que los masculinos.
No conozco los motivos de esa diferenciación en el pelo, pero ciertamente existe; de hecho, una mujer con demasiado vello facial tiene aspecto masculino. El cabello femenino crece más, y es muy raro ver a una mujer calva. Realmente, la calvicie femenina existe, pero se da con características muy distintas a la masculina; para empezar, es mucho menos evidente y aparece más tarde.
Y es que las hormonas sexuales, andrógenos y estrógenos, influyen marcadamente en el desarrollo del pelo; pero su forma de actuar es justamente al revés, si nos referimos al cráneo o al resto del cuerpo.
¡Toda una cuestión peliaguda!

Félix Díaz

9 Comentarios
  • Anibal
    Publicado el 11:47h, 19 enero Responder

    Muy interesante Félix, en sintonía al artículo del bipedismo de hace unos días.
    Por cierto, muchas de las cosas que dices aquí las aprendí hace poco gracias a las explicaciones de un compañero de laboratorio que también me recomendó un paper al respecto publicado en Nature. Dejo el enlace, es muy interesante:
    http://www.fas.harvard.edu/~skeleton/pdfs/2004e.pdf

  • Antonio
    Publicado el 15:31h, 19 enero Responder

    Hola Felix,
    Me ha interesado enormemente esta entrada, nunca había leido esa versión de como perdimos el pelo, tenía entendido que el «amor maternal» hacía que las hembras de nuestra especie prefirieran machos más parecidos a niños o bebés (ergo menos peludos).
    Después de leerla me siguen quedando dudas: ¿Que mutación (o explicación adaptativa) debe darse para que nuesto pelo (y uñas) crezcan indefinidamente?

    • felixdiaz
      Publicado el 16:27h, 19 enero Responder

      Las hembras y machos de cualquier especie siempre prefieren a los demás si son muy parecidos; esto vale tanto para las parejas como para las crías. Por lo tanto, ese argumento sólo justificaría la ausencia de pelo en individuos cuyos padres ya tienen pocos pelos.
      Respecto a la segunda parte del comentario, hay que responderla en dos partes. Los pelos nunca crecen de modo indefinido, sino durante un cierto tiempo, para luego caerse y ser reemplazados por uno nuevo. En muchos animales, esa muda tiene lugar a la vez, se caen todos los pelos juntos, para ser sustituidos por el pelaje de invierno o el de verano. En nuestra especie no hay una muda propiamente dicha, pero cada pelo termina por caerse cuando llega su momento; en el caso de los cabellos, los normal es del orden de unos 100 por día.
      En cuanto a las uñas, crecen de forma indefinida. Si no se cortan o rompen, pueden adquirir tamaños enormes, como puedes comprobar visualizando imágenes en internet.

      • Antonio
        Publicado el 16:39h, 19 enero Responder

        Muchas gracias por la respuesta. En cuanto al cabello (que efectivamente quería decir cabello y no pelo), como veo en la última imagen del post, parece que pueden crecer mucho. ¿Eso no es una deventaja a la hora de ser depredado?

        • victortagua
          Publicado el 17:03h, 19 enero Responder

          Yo creo que cuando la presión selectiva actuaba sobre los individuos, éstos tenían el pelo rizado y no liso con lo cual nunca llegaron a tener esa longitud. Me explico:
          Cuando los humanos vivían en África y estaban evolucionando, el pelo que tenían era rizado. Los pueblos/razas más antiguos o más basales, filogenéticamente hablando, como los bosquimanos tienen el pelo rizado. Quizá este rasgo se fijo temprano en la evolución de los homínidos porque el pelo largo podría suponerles una desventaja y se seleccionaron individuos con el pelo rizado (los pelos tan largos que se ven en las fotos y los libros Guiness deben estar también ayudados de un tratamiento o quizá al llevarlo recogido en un turbante como hacen los sij, así se evita que el pelo pueda caerse al lavarlo, al rozarse por la noche con la cama, etc etc). Mutaciones posteriores volvieron a originar el pelo liso, aparecieron humanos con la piel calara, ojos claros etc etc, pero quizá los humanos primigenios eran de pelo rizado, algo que se obvia en muchas ilustraciones quizá porque nadie ha pensado en ese tema

          • felixdiaz
            Publicado el 18:16h, 19 enero

            Victor lo ha dicho bien claro. No hace falta añadir nada más.

          • victortagua
            Publicado el 18:48h, 19 enero

            Que yo me he «inventado» la teoría sobre la marcha. Lo mismo viene un paleontólogo o antropólogo y me la echa por tierra

  • Bitacoras.com
    Publicado el 16:58h, 19 enero Responder

    Información Bitacoras.com…
    Valora en Bitacoras.com: El otro día hablábamos de los pelos, esas estructuras queratinizadas que tan características son de los mamíferos. Nosotros somos mamíferos, igualmente, y no cabe la menor duda viendo la fijación de muchos machos de nuestra e…..

  • Victor Tagua
    Publicado el 14:00h, 25 junio Responder

    Aquí va un artículo interesante sobre los pelos en humanos
    http://www.sinapsit.com/curiosidades-sobre-el-cabello/

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